Violet

Violet era de menta. Una flor entre otras de otro tamaño y de variado color. Era una joven inexacta, de tez dorada por el sol y claro zafiro por la luna. Las estrellas la denominaron "Menta", ya que cuando la reflejó una planta, la convirtió en una niña de esmeraldas ilusiones. Su madre, Malva, tierna, pero solitaria mujer. Le había dejado a su hija sus ojos, violáceos, oscuros con el día; claros y místicos por la noche. También le donó la fuerza de su pelo, más resistente incluso que las telas de araña; hasta tal punto, que cuando uno de ellos se caía o sin querer se lo arrancaba, Violet se lo prestaba a sus amigas arácnidas para fortalecer sus viviendas. 
Sus cabellos eran anaranjados con ramificaciones rubias que los clareaban y con ramajes rojos que acababan prendiendo su sombra. Llevaba casi siempre una diadema de flores azules y blancas orquídeas que trazaban numerosas y salvajes sombras indomables en cada uno de los pasajes del cielo. 

Le gustaba mirarse. Mirarse en los lagos que rodeaban su casa. Ver, a través del inestable cristal, la sombra de los numerosos seres que debajo vivían. Violet los envidiaba. Ella había intentado en alguna ocasión respirar allí abajo y no había podido. Consideraba a los peces seres mágicos, infinitos. 

Era de mediana estatura. Un poco más alta, para poder vislumbrar su pasado; pero también más baja, por lo que ni saltando podía ver el futuro que la esperaba. Tenía 16 años. Aún era joven e ingenua, pero no le preocupaba. Era feliz entre la naturaleza. Ella, Arte del mundo, sabia desde el comienzo, la aconsejaba para que fuera feliz, para que no tropezara injustamente con algún obstáculo del tiempo. 

Le gustaba correr y recorrer los valles, eternos ante sus ojos y ante sus pies. Nunca llegaba a su final, ni siquiera a verlo. Quizá porque no lo había, quizá porque aún no estaba preparada para verlo. 

Violet era única. Malva nunca había visto un ángel como ella. Tampoco su abuela, Scarlet. Ni su padre, Ciro. Nadie en esa casa había visto nunca un milagro tan bello como aquella niña, cuya alma era un diamante y su corazón, una saeta infinita de luz.

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