El castillo de cera

El cielo siempre estaba despejado. La luna formaba parte del día y de la noche, del sol y de las estrellas. Las nubes solían ser de colores claros y grandes. Muy grandes y esponjosas. De hecho, parecía que se las podía coger con la mano y aplastarlas. Acompañaban en el techo colorido a unas rayas sin rumbo, sin comienzo ni fin que se paseaban desdibujadas por todo su territorio. Eran de cualquier color vivo y cálido. Acompañaban en su ir y venir a los pájaros: seres extraños, distintos a los que conocemos. Algunos hablan y otros solo vuelan con un ala o con la cola o solo levitan en concentración absoluta dentro de una nube. Bajo este contorno mágico hay un mundo. Un mundo a veces distante, otras veces ajeno al cielo que lo cubre. Sus seres miran hacia arriba y el arriba, hacia abajo. Se miran, se observan, se escrutan y vuelve cada uno a lo suyo, como si no estuvieran destinados a comunicarse. En esta zona baja del mundo viven criaturas y criaturas, de todos los...