Oda al ∞

Dicen que las palabras son eternas. Dignas de la contemplación. Infinitas. Humildes. Libres. Dominantes. Pero... no. No son nadie, son todo; a diferencia de nosotros, que no somos nada. 

Las estrellas son amarillas, dicen los niños. A veces se ven blancas, reflejarán todos los colores. Otros dicen que son negras o que se comen a otras. ¿Qué más dará, si son humanamente inalcanzables? 
Soñamos con ellas. A veces, incluso, queremos ser estrellas, inalcanzables para los demás que han de envidiarnos. Pecamos de egoísmo y de ilusionismo. No de ilusión, sino de pérdida del amor a nosotros mismos.

 El cielo es azul, o eso decimos cuando nos levantamos con el pie derecho. Es gris cuando el pie izquierdo se despierta primero. Es negro cuando la calma se desvanece, rosa cuando las flores nacen, rojo cuando sangra la noche, violeta cuando se tuercen sus tallos.

La tierra nos sujeta. Quizá no debería soportar tanta ignorancia y estupidez. Me da lástima verla sufrir cuando alguien salta de una alegría efímera. Incluso cuando alguien se cae. El dolor lo inunda, pero la tierra también se lastima en su eternidad de vida.

El mar... no nos deja hablar, casi ni suspirar cuando embravecido nos observa. ¿Qué es el mar? ¿Acaso es distinto al océano? Diferentes palabras, diferentes significados, mismo sentido, misma historia, mismo futuro. El mar inunda las letras que respiran entonces entre sirenas y verdes cascadas gitanas. El mar inunda los ojos de los que con zafiros observan la inmensidad. El mar envuelve las ilusiones... las entierra entre sus corrientes... vuelan y bailan con ellas. 
El mar es el que tiñe el supuesto azul cielo que sobre el cucurucho se derrite. 
El mar es la tierra, las estrellas, el cielo, las palabras y el océano. Espectro de sí mismo, de su belleza y de las postales para las que posa. 

Cinco elementos que naturalmente se mezclan, que nos hacen ser, sentir, pensar y vivir. Que son infinitos en ellos mismos; y que así mismo, a nosotros infinitos nos hacen. 

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