Policromía

Negro, un negro profundo iluminaba el suelo. Las violáceas dalias conjuraban contra mis ojos. Seguía siento una dulce y pálida niña de piel de cristal, de blancos cabellos y anaranjada mirada. Me gustaba mi vestido, rosa palo. Quedaba en armonía con mis ojos, pero me daba un tono general más cercano al pastel. Y yo seguía prefiriendo los colores fuertes. Mi madre decía que el blanco era un color claro. A mí me parecía uno de los más oscuros, de los más fuertes. Tenía miedo de que cuando envejeciera, las canas puderan salir negras y que mi vejez se convirtiera en una juventud cotidiana. Quizá fuera lo mejor para que la beige sociedad de dudas me aceptara al fin. 

Me había hecho fuerte. Las claras y azuladas lágrimas que eran despedidas por mis ojos, a su vez llorosos al verlas caer al plateado abismo de la soledad de una niña que estaba sola, habían hecho desaparecer mi grisácea Tristeza. Unos dicen que esta princesa indeseada es un ser oscuro. A mí me parece más una mujer rubí, guardiana de las esferas multicolores del dolor que nos inunda cuando la chillona desesperación nos nubla y cambia de color nuestros firmes ojos.
Quizá sea que no soy igual, quizá es que soy diferente, quizá será que nunca seré lo que fui ni lo que quiero ser. Pero lo que sí sé es que tengo una larga y esmeralda vida, llena de rosácea esperanza, de manchurrones marrones que obstaculizarán mi vida, pero que sin embargo estarán guiados por mi alma lapislázuli, color del cielo recién nacido, color de la noche filtrada por blancas nubes que hacen de proyector translúcido de los sueños que intento hacer realidad, de los sueños que intento vivir, del sueño de que mi pelo siga siendo níveo por toda la abstracta eternidad. 

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