La mujer en el papel del personaje literario peculiar

¿Te has dado cuenta? En muchas obras, sean poéticas, en prosa, teatrales o según convenga, a veces, encontramos personajes peculiares -que no raros-, extravagantes por cualquier razón -o desazón que provoquen- y cómo no, extraños a más no poder -que pueden-. Bien sea este personaje el protagonista o un simple y sencillo garabato con buena intención en su comienzo, pero mal acabado y, cuyas formas se entrelazan y flotan suspendidas en el aire en arquitectura del vacío. Y es verdad que los hay, Max Estrella en su (ex)céntrico y puntiagudo esperpento, el intrigante asesino o su acompañante de trama, aquel punkien Burgati de Jesús Toledano (escritor burgalés)  o cualquier otro. Están mal definidos, nadie sabe para qué están o cuál es su cometido. Sin embargo la novela en cuestión no puede acabar sin que se tenga en cuenta el papel y la información -raras veces detallada y concisa- que puedan aportar. Normalmente en clave. Normalmente ambigua. Casi nunca arbitraria. Casi siempre necesaria. Siempre importante. 

Sin embargo, a todo esto que a bien te cuento, ¿alguna vez estos excéntricos personajes han sido mujeres? No, no es lo habitual. Por no decir que es casi imposible. ¿Qué caracteriza a estas endebles fuerzas que produce la propia literatura? La vestimenta. Siempre tienen algo que los distingue, bien por ser siniestros -con gabardina oscura o bufanda o sombrero o capa-, bien por ir extremadamente antiguos o modernos con respecto al momento en el que se desarrolle de obra, bien por ser demasiado extravagantes -ya sea por los colores o por las trazas o porque ni conjunten sus ropajes-, bien por las formas de andar o de hablar, bien por todo -o por nada-. Son diferentes. Se pasean por las líneas de la novela, marcando los ritmos narrativos, las escenas visuales, las acciones y, por supuesto, los silencios y las pausas que tanto los caracterizan entre enrevesados enunciados, no importa que sean largos o cortos, ya que a simple vista carecen de forma absoluta de significado, aunque lo tiene. Llevan desde el primer capítulo conociendo la verdad, la solución, la respuesta. Suelen comentar trazos de ella o la dicen tal cual, que total, o no se los cree o se los toma por locos o simplemente los personajes no están aún preparados para verla ni entenderla (ni el lector, por supuesto. Si no, no tendrían sentido los demás trazos escritos -y no escritos-, si el lector ya sabe lo que va a pasar... -o sí-). 



¿Has visto alguna mujer yendo vestida por las serpenteantes curvas de una novela de manera extravagante, con pintas extrañas diciendo cosas raras a modo de aportar ambigüedad para guiar a los personajes que no se la haya tomado por loca? Alguna vez. No lo vamos a negar. Pero... hay una diferencia muy grande entre el nivel de locura de un supuesto personaje (masculino) peculiar preparado para ello y de una vieja loca, sola que vives con gatos (en muchas ocasiones) en una casa medio abandonada a las fueras del pueblo. 
En el caso del hombre, está loco, pero se le escucha y a veces se le hace caso. Y siempre tiene razón. La vieja (o bruja para cualquiera que la escuche), loca que solo quiere engañar y, cómo no, que debe morir de alguna manera -por loca- que trae mala suerte (no sé si por los gatos casi habituales o por sí misma). 
Por tanto, para la elaboración de un buen contenido en una cualquiera obra, mejor un hombre loco, peculiar pero que al final es reconocido como guía dentro de la narración por los personajes y el lector, que una vieja loca, bruja, mala que intenta hechizar a los personajes y al lector, aunque los intente guiar a su manera, pero que normalmente pensamos que no da tan buenos consejos, ni son para ayudar a que prosiga la trama.
Según esto, el hombre peculiar, por decirlo de alguna manera, es un personaje positivo dentro de la obra, a diferencia de la mujer extravagante que es un personaje considerado negativo tanto por los propios personajes como por el lector. ¿No es injusto?

Es injusto, efectivamente. Quizá esta pequeña reflexión no tenga sentido o ya esté resuelta. Pero... me da que no. Por ello, creo que debería mejorarse esta imagen de la mujer extravagante y extraña para que no se vea como alguien que no va a ayudar de manera positiva no solo a los personajes, sino también a la estructura y evolución de la historia. Y no solo convencer de ello a los personajes, sino también al lector que es el que, dentro de sí mismo, da vida a la esfera real que supone la novela. 

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