Cuando uno lee... siente, ve y teme

A veces solo se ven renglones rectos, cuadriculados, perpendiculares a los vectores unidireccionales, que mucho antes convirtieron cada página en un retrato en blanco, dispuesto para ser dibujado. Hoy ya no veo eso. Lo miro, sí; pero mientras leo y leo, solo veo figuras acrósticas entre los puntos y trazos entrelazados de música, hilados por el ritmo de la canción, del discurso, de la narración. Esos momentos... unidos... en los que el tiempo pasa, se desplaza y acaba por desdibujarse en el reloj de pared, de pulsera o de las campanas que a lo lejos se oyen. Tic-tac, oyes. Segundos que se vuelven inmensos ante tu despreocupación. Solo importa leer. Nada es tan importante. Ni siquiera la vida. Ni siquiera la vida habitual es una gran experiencia, pudiendo vivir la evasión propia del arte. Ni la familia ni los amigos influyen en tu mente. Leer y solo leer. Leer y sentir cierta sensación de embriaguez que te nutre, que te permite vislumbrar hasta una gota de coñac en el tintero del escritor que de un modo u otro, garabatea su incansable melancolía en los minutos que le dedicas. Ya no sabes quién eres. Tampoco importa. Solo leer; alimentarte de las hojas y retazos de vida y muerte que un libro es capaz de esconder. Diez, cien, mil páginas; no importa. No es el número, ni siquiera uno primo que en tantos misterios se ha visto envuelto, partícipe de múltiples asesinatos. 

Parece increíble que nada... nada sea tan poderoso como un libro, como un tapiz gráfico que te envuelve entre su historia y que queda petrificado e inamovible para siempre en la historia de tu vida. Llanto, alegría, soledad, violencia, ansiedad, miedo, tristeza, ilusión, no importa lo que sea que se entremezcle entre las miles de siluetas alfabéticas. Nada es comparable con la sensación que produce leer un libro. Uno de esos momentos en los que te dejas hacer, en los que te dejas absorber por la vida que otros han vivido mientras tú vives, por la que lees y te empapas del futuro de otros, cuando les regalas tu presente, sin importarte. Cuando sabes que sin dudarlo, perderías todo el tiempo del mundo en leer de principio a fin el espíritu del mundo plasmado en los libros. Porque eres consciente de que ese tiempo no lo pierdes, sino que lo ganas. Y que cuando ya no estés, tu alma será eterna entre los versos del poema de la vida. 

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