Reflexiones: tiempo y atemporalidad


Tiempo, tiempo... ¿qué es el tiempo? Lo pienso y lo reflexiono intentando buscar una razón a su ser mientras lo pierdo. Pensar en el tiempo es perderlo para siempre sin encontrar lo que buscamos. El tiempo es todo y es nada, es el volar de los pájaros del nido al río, el bucear de los peces por las corrientes, el correr, el andar, el saltar intentando alcanzar lo que no sabemos si existe, lo que es ajeno y lejano a nuestro conocimiento. El tiempo es todo lo que no es nada y es nada de lo que llamamos todo. Nuestra vida se rige por un gran reloj que controla nuestra actividad. Afortunadamente, los seres humanos también disponemos de otros relojes, como el biológico que mide nuestra vida, cada segundo, cada movimiento de sus manecillas indican un pasito más hacia el final de su tarea. El tiempo existe, es cierto, pero somos nosotros quienes nos hemos esclavizado bajo su poder. Él no nos obligó, pero nosotros tenemos la necesidad de controlarnos, de controlarlos a todos; de saber cuándo podremos ver a alguien, cuándo empieza mi película favorita, cuándo tengo que ir al médico. Ha habido una constante evolución de la humanidad en todas las materias y en todos los ámbitos (la rueda, los metales, la informática...) menos en el tiempo. De hecho, todas las mejoras en los demás aspectos han sido para mejorar nuestro tiempo, para llegar antes, para tener mayores conocimientos y tardar menos tiempo en conocer algo, para comprar o vender un objeto sin necesidad de negociarlo. Para ganar, ganar y ganar tiempo... para qué. Si el tiempo se pierde igual. Se pierde cuando dormimos, cuando pensamos, cuando no queremos hacer lo que tenemos que hacer en un tiempo determinado. 

¿Un tiempo determinado? ¿Quién determina el tiempo? ¿Podemos, acaso, decir "te quedan tres horas para enviar el trabajo? Lo hacemos, sí, pero... ¿el tiempo nos ha dado permiso para exhortar en su nombre? ¿Para quitarle a los demás lo que solo él es capaz de romper? Para... No. No pensemos, no reflexionemos, no digamos. Mente en blanco. La mente en blanco esconde los pensamientos en una dulce, pero espesa niebla. Cuando hay niebla se espera una aparición, un desgarro, un rayo. Pero se vive en calma, en tranquilidad, en la ausencia de todo hecho, de toda acción, de toda relación, de cualquier estado, de todas las preocupaciones. Se vive en una atemporalidad psíquica. En la realidad, donde nos movemos como seres empedernidos buscando ser puntuales para luego llegar un minuto tarde. 

Cierra los ojos. Concéntrate en la oscuridad de lo que ven tus ojos. No hay nada. Ni ruidos, ni cosas, ni personas, ni vicios... ni tiempo. Solo calma. Flotamos en un estado sin tiempo: somos fuertes, poderosos, reyes de nuestra acción porque ya no depende de nada ni de nadie. Solo de nosotros, de nuestra tranquilidad, de nuestra capacidad para seguir con los ojos cerrados en la cumbre de nuestra mente. No abras los ojos. Abrirlos supone ver y ver supone observar lo que hay a tu alrededor. Si lo haces, habrás hecho lo que hace todo el mundo y eso te supondrá tiempo. Y lo estarás aprovechando en ver, pero eso no es aprovechar el tiempo porque lo que ahora te da información del entorno, en otro entorno no te servirá. Y entonces, ¿qué? Tus observaciones habrán sido en vano. Te habrán supuesto algo bueno en un momento, pero una pérdida de tiempo para un futuro lejano o próximo. 

Sin embargo, aunque de cara al exterior el tiempo pase, en tu mente, en tu ser, en tu vida interior no pasa, no existe. Eres en ti mismo un espacio atemporal, una profundidad inmensa, eterna, inexacta. Disfruta de tus pensamientos porque son solo tuyos, no ocupan espacio y puedes hacer todo y pensarlos a la vez. No te ocupan más tiempo. Y no desaparecen, puedes guardarlos y seguir con ellos más tarde. Salvo que se te olviden, pero eso ya lo dejamos para otro ratito, para otro tiempo de reflexión. 

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