Notre Dame, Lucero del Alba


A ti, Notre Dame, Lucero del Alba.

A ti, Lucero del Alba te escribo esta carta. El mundo te siente todos los días, todos estamos siempre en ti y contigo. Hoy has despertado en nosotros La Luz de la vida, una estrella que brilla con una gran fuerza en nuestro corazón, dolido, que late rápido por ti, cuya existencia hoy nos duele porque no sabemos cómo vas a resurgir entre tanta ceniza.

Eres Dama de París, corazón de Francia, pero también el alma del mundo, un templo que cura las lágrimas y forja los sueños de quienes te quieren como diosa de la historia. Eres patrimonio del tiempo, pero también del paso de cada uno de nosotros, que hemos disfrutado observando tus muros y viendo el espíritu de tus entrañas. No solo eres Dama del presente, sino de recuerdos pasados y de los futuros que nunca podrán olvidarse.

Allí está, frente a ti, la Saeta de Hierro de París. También hemos sentido su rabia, sus ganas de ayudarte, de calmar el dolor que te quemaba. Pero no podía moverse, aunque su fe te dio fuerza para aguantar, para soportar el fuego que se convertía en terror a los ojos de los habitantes de París, a los ojos del mundo que veían como atroz la simple naturaleza del fuego.

A ti, querido Lucero del Alba, a ti me dirijo como una hoja pequeña en un magno bosque. Eres, para nosotros, un vuelco al corazón cuando vemos París, una belleza, una dama elegante que se erige como reina y señora de Francia. Eres una gran alegría y ahora sufrimos por ti, por el tiempo que llevas con nosotros, que has vivido sin nosotros y por el que vivirás conquistando las miradas y los corazones de cualquiera que pueda observarte, magnífica siempre sobre las orillas del Sena.

Aquí me despido, Lucero del Alba. A ti te deseo toda la fuerza que emana de la tierra para que consigas salvarte, para que tu elegancia no sea un recuerdo y para que tu belleza siga reflejándose eternamente en nuestras lágrimas de felicidad.

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