Un rastro de esoterismo


Escribir, escribir... ¿Qué es escribir sin ideas? ¿Cómo se escribe lo que no se ve? ¿Lo que no se siente? ¿Lo que no se puede mirar? ¿Lo que ni el corazón imagina ni el pensamiento huele? Escribir de todo y de nada, sobre cualquier cosa y sobre ninguna. Al igual que leer. Hay tantas cosas que existen para leer, tantas que necesitamos leer, tantas que nos piden que leamos, tan pocas que realmente luzcan en nuestra ilusión... Hay demasiadas vidas ahí afuera y aquí dentro que nada sufren, que nada ven, que nada sienten. Solo observan la utopía que imaginan que ven sus ojos, sin llegar a ver la distopía que pisan sus pies.

Hay tantas formas tan diferentes... tantos sentimientos que se entrelazan formando una trenza que adornan nuestro cabello, nuestra alma... Hay tantas vidas que se pierden, inconexas, endebles ante la furia del tiempo. Ni siquiera la muerte nos vuelve humildes con nosotros mismos. Tanto es así que nos quedamos locos en nosotros y libres en lo que no vemos. Hay límites esotéricos en la ruina del ser, en la realidad que vemos pasar. Extraña, sí. Eso es lo que es. Igual que libertad, rara divina que está cuando no la necesitamos y que se desvanece cuando de ella nos acordamos. Es caprichosa ante nuestra amenaza.

Ineptos todos aquéllos que ven lo que no hay por querer ver lo que creen saber que hay y que solo existe en su locura. Visiones impertérritas del mundo extraespacial. Violáceos deseos oscuros. Luces ocultas, fantasmas de sal en el lóbrego celeste.


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