En color, en blanco y negro y en sepia



Ya no me gusta la Navidad. Pero me gustaba en su momento. Siempre hay un momento para todo. Para ser felices y para estar tristes. Para reír y para llorar. Para saltar de alegría o callar. Momentos que se repiten, pero que a veces no están equilibrados. 

Todos hemos vivido la Navidad en color. Cuando éramos pequeños. Cuando corríamos por la casa con nuestros hermanos y primos pequeños. Cuando veíamos las interminables luces de colores, el árbol que nos resultaba grande, ajetreado de adornos, estrellado y luminoso. Muchos regalos. Muchísimos. Tantos que luego nos preguntaban por ellos y nunca nos acordábamos de todos. Menos mal que nuestros padres –¡Santos Reyes!–, sí. 
La mesa estaba llena de comida que se iba acabando junto con nuestra hambre. Luego, los turrones, polvorones y demás dulces navideños. Lo mejor de la cena hasta que llegaban las riñas y teníamos que dejar de comer. Y, al final, los regalos. (Y algunas envidias, como es lógico). Pero la felicidad irradiaba en casa. Incluso a pesar de las travesuras y de los accidentes jugueteando. Navidades en color.

Más tarde llegan –siempre– las Navidades en blanco y negro. Cuando vuelven estas fiestas, pero ya no están todos. Falta alguien. Menos comida en la mesa, un asiento libre –o más–, una vida menos. Las paredes parecen más robustas y fuertes. Tanto, que no dejan filtrar la alegría al interior de la casa. Los niños ya no corren. Son más mayores y son conscientes de lo que hay. Se les ha explicado previamente. Hay temas que ya no se tocan. 
Hay menos regalos y no siempre se celebran igual. A veces ni se abren. Se dejan ahí, olvidados. Para otro momento o para otro lugar, lejos de casa y de la cruda realidad. Se dejan pasar las fiestas como un simple fin de semana más. Y más largo. A veces, mucho más largo. Navidades en blanco y negro. 

Y por fin llega el presente. Un remolino de ideas, de recuerdos, de imágenes. Un cuadro pintado en sepia. Imágenes retratadas en algún momento del tiempo que se han dejado ahí, íntimas, exentas de movimiento, paradas en el transcurso del espacio. Te asomas y las ves. Recuerdas cuando ansiabas que llegara la Navidad. para jugar, abrir regalos, comer, poner el árbol y adornar la casa al amparo de la felicidad y de la compañía. En otra foto, también color sepia ves las miradas largas, las lágrimas discretas, los suspiros, las sillas vacías de quienes ya no están, familiares con problemas que ya no te recuerdan, que tampoco te pueden hablar, que ya no saben llorar. 
Y llegan estos días de Navidad. Y llegan sin pausa, pero sin prisa una y otra vez. Los momentos en familia y los geniales segmentos  de irrealidad y soledad, mucho más preciados en sí mismos. Y llega la aparente felicidad, los aparentes juegos y la risa tonta, falsa y desganada. Llega la Navidad en sepia, espejo de lágrimas, néctar acristalado de recuerdos. Claros reflejos del alma. 

No, ya no me gusta la Navidad. 

Comentarios

  1. Mucha sinceridad y sentimiento.Un retrato melancólico y dulcemente triste.Jose Ramón

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