Luminismo: | Planos de luz |


En una misma dimensión se perciben dos planos de luz: el de la naturaleza y el de la humanidad. El primero se desborda de la realidad, de la dramática pulcritud del ser, del reflejo, del espejo salado que acristala una copia de los seres que se miran en él. Es un plano luminoso, serio, en permanente movimiento de claras curvas sobre la arena. Es azul, como el cielo despejado. Está nublado cuando el gris pondera el cielo en positivo. Es negro cuando las sombras tapan como una colcha a los sueños del día. Es, como todo lo que le rodea, una ilusión lumínica, exacta, real, verídica y verdadera, que encharca y envuelve la vida con su blanco y espumoso encaje. 

El plano de la humanidad demuestra el rastro de una sonrisa y de una mirada ajenas al sabor vívido y profundo del paisaje de sal. La luz envuelve los rasgos, la tez y el busto de quienes rozan con su alma el océano policromado. El vestido es un lago, un cuadro limitado que esconde el secreto del mar. La luz renace en el lino, se protege con su algodón y baila al son de los hilos perdidos en el recuerdo de su tela. Con aquel sombrero de cielo se protege de la luz, se quita sus rayos y no ve la belleza natural. Sus ojos desean verse brillando de la vitalidad de la tierra, del deseo de volar hacia el falso valle que es reflejo de todo lo demás. 
La mujer baila en su ingenuidad, en su paseo pasajero junto a estrellas, burbujas y rocío sobre el olvido estelar. 
La luz y sus reflejos inundan la ausencia de su mirar.
La humanidad y la naturaleza se entrelazan ante la luz, que trenza un millar de suspiros entre los que vienen y los que van, en el fondo del mar.

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[La imagen es un cuadro de Joaquín Sorolla titulado María en la Playa de Biarritz. (1906)]

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