Legado de hielo


Cuando los ojos duermen y las mentes visitan reinos de luz o de oscura templanza, se levantan los viles con espadas en mano y susurran al viento como ángeles en la tierra. Comienza la andanza, la exploración de lo inhumano, del interior no imaginado, de la abrumadora consciencia vulnerable. Duermen los ojos y los corazones se aceleran. Guerras, amores y felicidad son ingredientes de las noches. Algunas son templadas y los ojos no son provocados a la locura al abrirse de madrugada. Pero otras son frías o demasiado calientes y en y ante sí dejan efímeros recuerdos de un destino dimensional, ajeno, de espacios inconexos, de posibilidades impresas en leyes no escritas. Las almas vuelan o conversan airadamente en universos de almas o de creencia en ellas, queridas, amadas, odiadas o solas protagonistas de un rato de diversión. 
Y mientras todo esto es, en cualquier parte y en todas a la vez, la escarcha se deja caer en una niebla  de cristal, espejo de todas las cosas sobre el sombrío renacer del mañana. En momentos pasados no había ni rastros ni pensamiento. El ahora es un momento de gloria que vive en los sueños de quienes respiran ingenuos con la cabeza perdida. Mañana será otra vez, otro grito del tiempo, otra esencia nueva, secuela de la noche y suspiro de energía. La tierra será pura, reinará la dama blanca sobre las miradas congeladas de quienes tengan que salir. 
Hace frío.
Se respira nostalgia.
Melancolía.
El invierno ha llegado
y aquí ha dejado
su legado de hielo.


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