Peldaños de un progreso temporal

Parece que fue mucho más que ayer cuando salíamos a cenar con los amigos, acudíamos al teatro, quedábamos para ver una exposición, íbamos a relajarnos, a disfrutar, a comprar en alguna librería, etc. Momentos lejanos en los que la monotonía estaba de vacaciones y nosotros éramos individuos que vivíamos permanentemente atareados y ocupados en nuestros "imprescindibles" quehaceres. Una realidad que ya no existe. Una situación ancha y variada que ha pasado a sucederse en un estrecho, largo y oscuro túnel de un solo color. Un tubo que apenas nos deja movernos y que nos obliga a andar agachados, en fila india, distanciados, hacia una salida que aún no se ve clara. Últimamente se aprecian a los lados pequeños resquicios de luz que saben a libertad. Son trampas que nos dejan salir un momento –con todo tipo de precauciones– para regresar después al túnel, un espejismo de luz antes de volver a la monotonía estrecha a la que estamos obligados a adaptarnos. Obligados porque nos dijeron hace poco más de dos meses que no duraría mucho, que el virus se autodestruiría solo si nos quedábamos en casa, que... lo olvidaríamos pronto. Pero no, resulta que el túnel oscuro y estrecho es mucho más largo de lo que nos prometieron aquellos que conocían lo mismo que nosotros: nada. Somos humildes y acatamos. También tenemos miedo. Y  nos movemos cabizbajos intentando mirar al frente, con nuestros ojos cada vez más acostumbrados a la penumbra y nuestra ilusión cada vez más apagada. 
       Mientras se camina por el túnel uno se dedica a ver las noticias –algo poco productivo, pero el aburrimiento es un arma letal–, a leer los periódicos, las revistas... y se da cuenta uno de que todo, absolutamente todo, gira en torno al virus y sus consecuencias sanitarias, económicas, políticas, sociales, y biológicas. Pero también uno se percata de cómo evoluciona el lenguaje y los motivos alrededor de los que habla la opinión pública. Por ejemplo, un primer peldaño del motivo de comentarios –tanto al principio como en medio y al final de la historia y mucho después de esta– es el propio coronavirus. No sé si los opinantes son conscientes de que el tema cansa hasta la saciedad y que al final solo se lee, se ve y se escucha por encima, con un áspero escepticismo encima y una increíble actitud estoica. 
       En el segundo peldaño encontramos la constante equiparación entre el coronavirus actual y la peste de todos los tiempos, no exactamente en parámetros médicos ni de salud, pero sí desde el mundo de la ficción. Desde el primer momento se han recomendado autores y obras –posiblemente desconocidos antaño para muchos– como Camus (La Peste),  Defoe (Robinson Crusoe) y Bocaccio (Decameron). Sin embargo no creo que haya algo tan necio como recomendar lecturas cuya situación ficcional es tan similar a la actual. Más bien, la recomendación debería girar en torno a temas diferentes, que realmente puedan cumplir su función: distraer al lector y provocar su evasión de la realidad mundana. 
       Un tercer peldaño en el progreso temporal de lo que se discute a propósito de la realidad imposible de ignorar es –cómo no– el confinamiento. En cuanto se decretó el estado de alarma entramos en un obligado confinamiento en casa en el que todos debíamos vivir. Siempre se ha dicho que las personas viven mejor las malas épocas cuando se viven de forma unida. Uno aprecia mejor una situación cuando la comparte con más gente, y mucho más, si es con casi todo el mundo, nunca mejor dicho. Ahora, incluso, se tiende a achacar a los escritores que no pueden quejarse porque están "acostumbrados" al confinamiento. No sé si lo dicen por envidia o por qué, pero es evidente que uno elige escribir en una soledad y calma para sí mismo. No se trata de un "autoconfinamiento", pero es un momento elegido por él mismo y no impuesto por nadie, ni existe como consecuencia de un mal exterior. 
     El cuarto peldaño es muy novedoso, y se ha comenzado a hablar sobre él en los últimos días. Hablamos de la rutina. Y se diferencian dos tipos de rutinas: la primera, la que teníamos antes del confinamiento. Esas actividades habituales en aquella realidad que ahora recordamos con nostalgia, lejanía y un sentimiento de inmensa felicidad temporal, aunque en tales momentos no lo sintiéramos así. La segunda es la actual. La rutina que hemos desarrollado con las actividades fijas y monótonas que llevamos a cabo durante el confinamiento. Ahora las vivimos con resignación, ya que no podemos huir de ellas. Quién sabe si cuando volvamos a la "antigua" realidad o, mejor dicho, a la "nueva realidad" o "telerrealidad" recordaremos con añoranza, nostalgia y felicidad la rutina del confinamiento. Será un recuerdo pasajero y un punto de inflexión vital para todos los que tenemos la buena –o mala– suerte de vivirlo.

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