Exuberantes

Exuberantes son las flores muertas. Encerradas en su pasado, en la pisada que las convirtió en cadáveres ante los fríos ojos que las desterraron al infierno. Sus pétalos están caídos sobre un suelo pétreo y frio como el desprecio humano. Pétalos de cálidos colores aún tibios que lloran lejos de su raíz, torcida y rota, ya sin vida. Sus hojas van perdiendo el color. De un verde luminoso a un claro y blanco cristal yacente. La muerte ha surgido de repente, como vino la vida. 

Y mientras las flores caen en el olvido, el destino se cierne sobre ese niño distante que rompió una vida por simple diversión. Ese niño que aplastó a una flor estaba a punto de perder la suya, estaba apunto de morir. 
Aquel niño que ahora corría por el jardín quitando miles de vidas de colores iba a morir de forma ruda y violenta. 

Poco después de acabar de jugar se dirigió contento e ingenuo hacia su casa. Torció la esquina y pasó por medio de la calle mientras unos ojos lo observaban desde el otro lado. Unos ojos llenos de ira y sedientos de venganza. Unos ojos que sabían que en el otro extremo de su cuerpo, en sus manos, había un cuchillo que resplandecía en la oscuridad. 

Esos ojos echaron a andar en pos del niño. Ese niño que se creía todo cuando era el asesino de tantas rosas que ahora yacían sobre el suelo mojado. Esos ojos que seguían al niño cuando se metió en un pequeño jardín que había antes de llegar a la casa del niño. Ese niño que siguió pisando flores y esos ojos que evitaban pisarlas. 
… 
… 
… 
Se abalanzó en silencio el hombre que portaba los ojos sedientos de venganza sobre el niño quitándole la flor de la vida y pisoteando los pétalos de su cuerpo. Ya no volvería a matar flores.

Mientras moría, esos ojos que habían cumplido su venganza rezaban por las almas de las exuberantes flores muertas que ese niño había aniquilado. Las rosas latían de nuevo y sus espinas brillaban afiladas en el cenit de la noche. 



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