Diálogo con un muerto

 –¡Ey, Jack! ¿Cómo estás?

–Bien, bien. Tirando, como siempre. ¿Y tú qué tal? 

–Pues igual que siempre. Jo, tío, hace un año que no nos vemos, ¿no?

–Por ahí, como no te dignas a visitarme hasta que no llega el cambio de hora en la cumbre del frío...

–... Tú antes no eras tan literario, eh. Algo te ha pasado. Venga... dime la verdad, ¿te has enamorado?

–¿Yo? Qué pereza. Y tampoco hay mucho donde elegir.

–Ey, no te quejes, que tú no tienes que llevar la mascarilla esta. Me tiene frito. 

–Bueno, pero eso es porque tienes mala suerte tú. Si estuviera por allí, sí tendría que llevarla. Es lo malo de vivir, supongo.

–Ya ya, ya me estás echando la culpa, ¿no?

–En absoluto. ¡No habrás tenido oportunidades de venirte conmigo! Pero como te preocupa tanto la niña esa...

–Nah, cortamos. 

–¿Y eso? No me sorprende, la verdad.

–Le gustaba mucho ir a la playa. Yo solo quiero silencio, tranquilidad y calma. Es decir, ir a mi casa en la Sierra.

–Buuuf, dile a una mujer que rechace ir a la playa por ir en verano a la montaña.

–Bueno, en verano... y en invierno. A mí el mar me gusta si está congelado. 

–Pues eso es muy complicado, John, ya sabes.

–Ya ya, pero joe, qué manía tiene la gente con bañarse. 

–Supongo que les gusta porque es una sensación de que estás vivo. A mí ahora me encanta bañarme porque no me ahogo.

–¡Claro, qué gracioso! Yo también quiero. Viviría siempre debajo del agua.

–¡Bueno, bueno! Tanto como que vivirías... Yo diría, más bien, que podrías "residir" debajo del agua. El verbo vivir es de compleja utilización en mi caso, y también en el tuyo, si te quieres venir. 

–No sé, tío. Creo que aún merece la pena vivir un poco más. Es cierto que ya no tengo novia ni familia casi, pero tengo trabajo y vivo bien.

–A mí me parece bien. Ya que puedes, aprovecha, que hay muchas formas de venirte conmigo, además de visitándome, claro.

–Pues bueno, que eso, que esta tarde voy. 

–¿A qué hora? Por organizarme. 

–¡Ni idea, tío! ¿Organizarte?

–Sí, bueno. A ver cuándo me echo la siesta, leo y me doy un paseo. Estos días está esto muy concurrido, ya sabes. ¿¡Cómo no vas a saber cuándo vas a venir!?

–Que no, tío. Que no sabes cómo está esto. Es una mierda. Ahora hay que pedir cita previa hasta para ver a los muertos. 

–¡No me jodas! A ver, que sé que está mal la cosa. Nos ha venido mucha gente nueva y, la verdad, vamos a manifestarnos. 

–¿Y eso?

–Porque los ponen en cualquier lado, sin respetar las distancias y estamos que no cabemos. Mi familia porque puso un vallado para evitar que nos quitaran terreno, pero no veas cómo están otras familias. Que entre que no tienen casi espacio para sacar los pies a gusto de la tumba y que les han puesto a nuevos muertos demasiado cerca... casi se quedan sin vistas. 

–¡Buh, qué jodienda!

–No, es que la gente no se da cuenta porque como viene a dejar flores... pero nosotros también tenemos nuestros derechos. Que yo ya ves, no me voy a poner una mascarilla porque venga un muerto por el virus ese, pero si lleva poco tiempo muerto, pues no me fío. A saber. Cada vez me dan más repelús los nuevos muertos. Ya no son como los de antes, como nosotros: educados, bien dispuestos y atentos. Ahora entra cualquiera. 

–Vaya, no sabía que estabais tan enfadados. 

–Sí, la verdad es que sí. Es injusto. La putada de todo esto es que nuestros gobernantes son los vivos que entran y salen. Nosotros no tenemos ni palabra ni alma, ya. Esa es la ventaja que tenéis vosotros, que estáis vivos y os gobiernan vivos. ¡Mira si fueran muertos vuestros políticos! Sería más justo para todos, pero se liaría la del campanario.

–Ya te digo, ya. Sería bueno y malo para todos. Qué cosas. Pues me han dicho que a las 17:30 tengo cita. Máximo media hora. 

–¡Qué dices! Encima de venir cuando ellos te dicen, ¿también te dicen cuánto tiempo puedes quedarte? ¡Esto ya es el colmo!

–Ya lo ves, Jack. Estamos en un mundo surrealista. 

–Tío, John. Ahora en serio. Piénsatelo bien. Que ya sé que allí tienes trabajo, pero aquí también lo vas a tener. Y sin mascarilla y sin líos. ¡Vente para acá!

–Pues mira, ahora que lo dices...

–Ponte ropa cómoda, eso sí. Vaya panorama tenéis. Qué mal lo hacéis todo, oye. Eso en el cementerio no pasa, en serio. 

–Pues voy a hacer el testamento y esas cosas y ya volveré. Para quedarme. 

–Genial, tío. De momento, ¿esta tarde a las 17:30?

–Sí, sí. Allí estaré. ¿Quieres flores o algo?

–Qué va, tráeme algo fresquito, que aquí está todo calentorro. 

–Hecho. ¡Hasta luego!

–¡Genial! Ya sabes dónde estoy: cuadrante tres, fila cinco. Al lado de la esquina con la Calle San Bernardino. 

–Sí, me acuerdo. Te mando un WhatsApp si por lo que sea no te encuentro. 

–Perfecto. 



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