Constancia

Se trata de lo que era: una sinestesia; oía lo que gritaba en silencio y veía lo que no existía soñando con ello en una caricia visual. En fin, exacto, olores ajenos a la nada, al extinto crepúsculo de luz que nunca rocé. Quién soy, me pregunté esta mañana ante la oscuridad de una habitación cuya penumbra es solo la sombra de un alma asomada por la ventana. Cuando no hay luz ni vemos, pero sabemos lo que hay. O eso creemos. Quién nos dice lo que hay. El recuerdo de una noche de verano no es recuerdo, sino concepto idealizado de una visión alterada por el deseo, la ilusión y la irrealidad personificada. 

Qué hay escrito en el techo que flota sobre mí cuando los ojos abro al final de la noche. No hay nada. O yo no lo veo, pero sí lo hay. O yo imagino que lo hay sin percibir nada más que lo que no veo por no ser capaz de ver porque mi naturaleza me lo impide. Qué seríamos nosotros si fuéramos todo. Ahora podemos ser todo para nosotros mismos, para alguien o nada para todos. Qué todos, te preguntarás. Pues todos los que hay a tu alrededor o que tú ves sin saber que no existen o los que aparentemente no ves, pero que te rodean y bailan y cantan mientras tú observas un techo sin verlo porque la oscuridad es absoluta, a pesar de haber amanecido ya. 

Entonces, si entra luz por la ventana, entornada, y las cortinas medio echadas, ¿por qué no ves? Por qué la luz no alumbra lo que hay. Quizá sí lo haga pero tú no lo veas porque no le prestas atención. Pero entonces, si tú no ves lo que hay y es porque no estás en y con ello, ¿lo que ves es la realidad o solo una ilusión de tu propia evasión? Exacto, no es nada. Solo la irrealidad: una mentira más en la que vives y con la que fantaseas a pesar de que ni es ni existe contigo, aunque sí es y existe por sí misma. La habitación está iluminada, pero tú no la ves. El techo para ti sigue oscuro. O para mí. O para todos. O para nadie. Quizá no haya nadie, pero yo sí los vea porque quiero verlos. Quizá la luz que entra no es suficiente para iluminar la habitación y entonces, y solo entonces, lo que veo o ves es real y no lo veo ni lo ves porque no se puede ver al no haber luz. Podemos tú y yo verlo porque lo recordamos, pero podemos ambos equivocarnos porque a lo mejor lo que siempre hemos visto no es como lo hemos visto o porque lo que creemos ver no es ni ha sido nunca lo que vemos ahora y veremos mañana, si llega mañana, si lo que exista mañana es igual a lo de hoy o parecido a lo de ayer. 

Quizá todo esto no sea más que un reflejo insustancial de lo que una piensa, sueña, imagina y cree. Quién cree lo que no es y es para sí mismo, imagina lo que no existe o existe solo para sí mismo, sueña lo que cree haber soñado y visto en sus pensamientos o recordado en una dimensión real, pero imaginaria; imaginaria, pero real o verídicas ambas desde la esquina posterior más alejada de la cuerda que brilla sola y extraña de aquel violonchelo. Pensamos o no o creemos pensar. Yo pienso y tú también, aunque no lo mismo ni de la misma manera ni con la misma gracia ni desde el mismo espejo. 

Piensa lo que quieras, desees y más te duela. Pero piensa en la luz, en la oscuridad, en lo que veas y en lo que no porque lo que no veas, quizá pueda verse y lo que veas, quizá no sea real. Piensa, ante todo, que los pensamientos son complejos, irreales, relativos e insensatos en sí mismos. 

Piensa al fin y al cabo que la realidad es distinta para todos. Si no, no creerían los sordos que los que bailan están locos. 

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