Encuentro en el arco

En el arco habíamos quedado. Y en el arco nos encontramos. Sin embargo, el camino hasta allí, de apenas un kilómetro, se hizo casi épico. Con la música a todas partes, cascos de cable y andares rápidos, se tornaba el camino empedrado una suerte de nueva conquista. 
En un momento dado comenzó a sonar una canción feérica, de las que más me gustan. Eluveitie llevaba mi mente a otros mundos entre runas, luceros y hechizos. Según andaba por las calles medievales de Burgos, mi mente se dejó llevar por la música. 

Cabalgaba sobre los cascos del caballo blanco portando un báculo de luz y sorteando los peñascos de la enorme montaña. El corazón se agitaba con la impetuosidad de la elfa y se agitaba el cabello con la prisa del mago que llega tarde a su cita. La oscuridad se cierne sobre los valles, cuya marea negra siega los campos y los límites de la ciudad de piedra. Vidas atormentadas por la batalla con la valentía latente, que calienta sus corazones ante la perspectiva de superar al enemigo. Cuando el héroe cabalgue bajo el sol mortecino de la niebla, el destino estará escrito y la canción llegará a su fin. 

El calor abrasa mi sombra. El empedrado sigue firme bajo mis pies. La canción que prosigue rompe mis pensamientos y se diluye la imagen de ese personaje que llega a tiempo a la batalla y cuyo poder y valor son imprescindibles para alcanzar una nueva victoria. 
Son y veintiocho y cambio la nueva melodía por otra que me hace volar de nuevo hasta pararme frente a esa subida de piedra que, estos días, se ha convertido en una puerta hacia un mundo medieval, repleto aún de magia, druidas y brujos. 

A y media en punto ambos llegamos; ambos nos encontramos en el centro del arco. Quedome con las ganas de que una brisa de muérdago iluminara ese momento de libertad, amor y literatura. 

Fotografía tomada por Neila Rodríguez
Arco de San Martín (Burgos). 
Fotografía tomada por Neila Rodríguez

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