Vuelos y marcas
A priori no sé qué le puede venir a la cabeza al lector de esta publicación con el título elegido: Vuelos y marcas. Al releerlo hasta tres veces me han venido a la mente incluso alusiones a la muerte y al dolor. Pero nada tiene que ver con eso.
Estaba caminando esta mañana, entre compra y compra, intentando ser lo más consciente posible de lo que hacía en cada momento y evitando pensar en otras cosas, cuando he visto una paloma pasear por el empedrado de la Plaza de la Libertad. En un momento dado, ha echado a volar muy cerca de mí. Tanto, que incluso me ha revoloteado el pelo el aire que han producido sus alas. Entonces he pensado en cómo es posible que tengan esas aves tan poco conocimiento de la distancia y del espacio con otros seres. A continuación, he caído en la cuenta de un hecho: lo similares que somos a las palomas. No como seres inteligentes ni nada de eso, sino como seres vivos que vivimos en un mismo lugar y que nos alimentamos de lo mismo: oxígeno, plantas, animales, agua, etc. No somos tan distintos. En realidad, lo único que nos diferencia es que somos diferentes biológicamente y estamos más evolucionados como especie, pero al final dependemos de lo mismo: de la naturaleza. Ya lo vimos con el apagón: puede fallar internet o la luz eléctrica, pero no deja de funcionar nuestro cuerpo, puesto que en realidad nuestro organismo funciona gracias a otro sistema mucho más real y potente: la naturaleza. El día del apagón se cayó una de las bases creadas por el hombre que nos parecía indispensable. Y sin embargo, salimos a la calle y... ¡había luz! No eléctrica; luz natural que nos aporta una estrella que está muy lejos de nosotros. Y se suceden las mareas, las lunas y las estaciones. Es el ciclo natural, el que no falla, el que en realidad nos gobierna –a nosotros y a todos los animales del mundo–.
Sí, todo esto he pensado después de sentir el aire del batir de alas de la paloma, con lo cual no he conseguido no irme por las ramas del pensamiento. Después, mirando hacia delante he visto dos tiendas en la calle Santander que venden lo mismo, pero tienen distinto nombre, distinta marca. Y he pensado en lo absurdo que es que haya un montón de marcas de ropa –o de lo que sea– creando un montón de tiendas para vender lo mismo. ¡Qué felices seríamos –éramos– si hubiera una o dos tiendas sin marca vendiendo buenos productos! Más fácil sería todo.
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