En color, en blanco y negro y en sepia

Ya no me gusta la Navidad. Pero me gustaba en su momento. Siempre hay un momento para todo. Para ser felices y para estar tristes. Para reír y para llorar. Para saltar de alegría o callar. Momentos que se repiten, pero que a veces no están equilibrados. Todos hemos vivido la Navidad en color. Cuando éramos pequeños. Cuando corríamos por la casa con nuestros hermanos y primos pequeños. Cuando veíamos las interminables luces de colores, el árbol que nos resultaba grande, ajetreado de adornos, estrellado y luminoso. Muchos regalos. Muchísimos. Tantos que luego nos preguntaban por ellos y nunca nos acordábamos de todos. Menos mal que nuestros padres –¡Santos Reyes!–, sí. La mesa estaba llena de comida que se iba acabando junto con nuestra hambre. Luego, los turrones, polvorones y demás dulces navideños. Lo mejor de la cena hasta que llegaban las riñas y teníamos que dejar de comer. Y, al final, los regalos. (Y algunas envidias, como es lógico). Pero la felicidad irr...