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Mostrando entradas de mayo, 2020

Mi casa

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Te abro la puerta de mi casa. Yo soy esa casa y tú la luz que ilumina sus estancias de amor pintadas donde residen las almas. 

Moras

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Un cielo espeso turquesa el mío paso aciago camino de la pradera el tiempo va hacia el ocaso. A los lados ardían las moras de colores grises y rosas; de colores, luces y sombras con rocío dorado en sus hojas. Tierra, lluvia y fuego, el atardecer de noche envuelto mi sonrisa vuela en el cielo y el alma se vuelve pensamiento.

Peldaños de un progreso temporal

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Parece que fue mucho más que ayer cuando salíamos a cenar con los amigos, acudíamos al teatro, quedábamos para ver una exposición, íbamos a relajarnos, a disfrutar, a comprar en alguna librería, etc. Momentos lejanos en los que la monotonía estaba de vacaciones y nosotros éramos individuos que vivíamos permanentemente atareados y ocupados en nuestros "imprescindibles" quehaceres. Una realidad que ya no existe. Una situación ancha y variada que ha pasado a sucederse en un estrecho, largo y oscuro túnel de un solo color. Un tubo que apenas nos deja movernos y que nos obliga a andar agachados, en fila india, distanciados, hacia una salida que aún no se ve clara. Últimamente se aprecian a los lados pequeños resquicios de luz que saben a libertad. Son trampas que nos dejan salir un momento –con todo tipo de precauciones– para regresar después al túnel, un espejismo de luz antes de volver a la monotonía estrecha a la que estamos obligados a adaptarnos. Obligados porque nos dijeron

Proceso hacia la «nueva normalidad»

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Normalidad Las calles son enjambres de luz, color y risas. Las tiendas, llenas a borbotones, son microsistemas de tallas, engaño, falsas preocupaciones y colores. Las nubes van y vienen, pero pocos son capaces de observar su baile simétrico en el cielo. La frivolidad lleva largo tiempo conquistando el mundo con una ideología ególatra y confusa. El planeta se viene abajo en la realidad, pero no en la ficción que recrean sus habitantes, ajenos a la naturaleza y a la tierra, dejándose agasajar por deseos irrealizables en un universo decadente.  Desfase: Confinamiento Un suspiro. Otro. Otro más. El silencio. La brisa. El aire. El viento. La ciudad descansa. Está tranquila. Respira al fin. Los animales, miedosos, aún esperan en el confinamiento de sus madrigueras. Esperan con ilusión. Con una ilusión siempre soñada, pero inalcanzable. Hasta ahora. Nosotros seguimos en casa disfrutando de los recuerdos, de nostalgia y de añoranzas. Incredulidad hasta el ocaso. Cómos. Porqués

Llueve en los confines

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El cielo siempre está nublado. No importa si se abre paso el sol por algún resquicio del muro esponjoso, entre blanquecino y gris oscuro, que cubre el mundo. Casi siempre brilla por su ausencia el azul que tiñe el mar cuando miramos al despejado y luminoso techo. Poco dura ese sol que tímidamente colorea e ilumina las calles aún desiertas. Algún niño alguna vez calienta el horizonte con alguna risa, pero casi siempre es lúgubre el silencio de las calles, de las ciudades, de los océanos de construcciones que pueblan nuestra vista.  Por la mañana sale el sol, con suerte, pero por la tarde siempre llueve. Siempre se tiñe todo de un gris oscuro casi negro. Siempre el sol se va a dormir antes de tiempo, sobre la hora inglesa del té. Siempre aparece la orquesta celestial alrededor de las seis y media o siete de la tarde. Y para la hora de los aplausos ya está lloviendo. A veces, incluso, comienza a las ocho en punto, como si no quisiera que nos reuniéramos con nuestra ciudad en la mirad