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Mostrando entradas de enero, 2019

Velocidad

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De nuevo comenzaba el vuelo. Las abejas iluminaban con sus zumbidos, a ritmo de orquesta, el interminable auditorio natural. Pétalos y hojas las animaban y acompañaban en su intenso y veloz volar. Se dirigían raudas hacia los bosques, hacia las vías de esmeraldas conciencias regadas de polen. Las abejas solo buscaban sus flores. Cada una la suya, cada hedor exclamado en intimidad resonante, aromas de lirio y libios colores que, como discotecas, bailaban al ritmo del sol y la luna.  Resonaban los aullidos eternos y desdoblados, discontinuos enlaces de las alas de los insectos. Componían melodías armónicas sin armónicas entradas, entre salidas de hierbas y fieles colores de deslices cromados. Un concierto de alas que al aire tronaban los movimientos de fuerza, de precisión y  destreza ante innumerables instrumentos que ensordecían al viento. Las alas de la vida en rectilíneos contratiempos, con silencios y corcheas entre las arpas de los estambres. La velocidad, inhumana, de un

Extraño

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Ojalá pudiera pasear por sus límites de fuego.  Ojalá supiera volar hasta verme en el cielo.  Ojalá tuviera fuerza para renacer, para ser parte de ello. Ojalá no fuera un extraño, ojalá no fuera de hielo.  Me gustaría tanto pasear por el horizonte, por el fino trazo delineado en cálidos temblores por debajo del  iris. Ojalá tuviera en mi mano el deber de subrayar sus infinitas pestañas, terminadas en puntas, en puntas resplandecientes de estrellas de colores.  El iris cambia de color con la cercanía de la luna. Me gusta tanto su rostro, la tez galáctica del cielo, de la princesa del mar de luceros extraños.  Aquí en la tierra no hay más que mares y charcos con fronteras a sus deseos.  No existe la eternidad de vuelos ni de sueños.  No existe la vida más allá del fin de los huesos.  No existe la esperanza detrás de tantos esqueletos.  Me gusta la tierra porque es lo que piso, la seguridad del animalillo con miedo a caer, a desaparecer. A sufrir. Me dijo la

[Proyecto de vanguardia] - Aristas curvilíneas

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Eterno haz de luceros sin fondo. En llamarada de flores oblicuas te has perdido y no sabes buscarte. Será porque las luminealidades del mundo no te predicen el único prefijo que a ti te procede. O bien será porque no hay nubes ni cielo ni esteradas estrelladas contra abismos de estratos extraños, de girasoles volteados, que miran, que sin más ni menos rompen la vida, acristalan la muerte y, frente a sus ojos, matices de olas, matices de ungüentos de prismas carismáticos. Nebuloides exagerados, hiperbólicas esferas se deshacen en tu contra. No eres nada; ni visceral ni obvio. Ni en la inopia haces de ti un ser estratosférico. La tierra te aborrece porque te haces como iluminación exeterna de las vidas de los inconscientes. Porque, aunque tú ni lo sepas ni lo veas, nada en ti merece la pena existir. En agrios espamteros agujereados y negros de las miradas resquebrajadas de voces etéreas, de lápices oníricos, de óbices exuberantes. Un rayo tan fininervioso compone tu fina hiel de l