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Mostrando entradas de abril, 2020

Esperanza

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Es tan bella... Sus pasos sobre el cielo son propios de una divinidad. Y lo es. O no. Quizá sea más. Más aún. Mucho más. Mi corazón siente una atracción inmensa hacia ella, hacia lo desconocido. ¿De quién será? Debía de ser un lucero de pasión su dueño. Un ser dulce, como lo es ahora ella. Ella que ahora acaricia con ternura la tierra a la que mira, a la que sonríe con unos labios dulces, suaves, que rozan la densa cortina estrellada que la admira. Esas antorchas nocturnas la adoran especialmente, la sienten dentro de ella, están enamoradas del encanto que ven y que se refleja en sus ojos como cristales de claro y elegante viento. Yo la veo desde la tierra. La veo irse. No recuerdo cómo llegó, pero sí cómo se ha ido. Es eterna su esencia. Mi mente embrujada de placer vuela con ella dejando caer pequeñas burbujas de incienso, de arte, de plateada y brillante magia. Éramos una solo cuando nadie nos veía. Y ahora somos dos en la infinitud de la soledad. Somos y ya no somos, aunque fuimos

¡No puede ser!

La expresión n o puede ser ha modificado su uso a lo largo del tiempo y, por tanto, en muchos casos, su significado. Actualmente se utiliza normalmente entre signos de exclamación y con un sentido de incredulidad, de imposibilidad. Podemos verlo, en este ejemplo: «– ¡Raúl y Marta se han casado! –¡Qué dices! ¡No puede ser! ¡No me lo creo! ¡Y no nos han dicho nada!».      Sin embargo, no hace mucho tiempo esta expresión no tenía ese matiz exclamativo y se utilizaba en contextos más formales: «–Mamá, me gusta Juanito.  –Quién, ¿el hijo de la portera? –Sí, mamá. Ya sé que no tiene trabajo ni mucho dinero, pero… –Lo siento, hija, pero no puede ser ».      En este caso, t enemos una situación en la que algo  no puede ser  porque hay diferencias económicas, de clase o bien por ideología. Se trata de un uso que prácticamente se ha perdido, puesto que en la actualidad ya no se crean este tipo de diferencias, tan habituales hace tan solo unos pocos años.  «Ya he acabad

Cósmico

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Plumas afiladas de un azul carmesí pueblan el infinito y la noche. El cielo está tranquilo, a pesar del viento que las mueve con parsimonia sobre el fin de los días. El horizonte se tiñe de colores profundos, cristalizados en recuerdos arcanos. Parece un paisaje mágico. Y lo es. Los cromas se entrelazan formando cordones arcoíris en la superficie de la tierra. La magia se envuelve, da volteretas sobre sí misma, enciende tornados de burbujas y desciende por toboganes cálidos rodeados de la gélida bruma. El amor queda suspendido sobre los arrecifes del horizonte. El coral vuela sin detenerse, libre, entre las filigranas del universo. Interminables galaxias oscuras y redondeadas calientan nuestras miradas cuando las dirigimos a ellas –sin verlas–. Y entonces te acercas a mí. Me coges de la mano. La aprietas fuerte. Tus ojos se funden con los míos en una dimensión perpendicular. Me sonríes con un amor que supera cualquier tipo de obstáculo convexo. Y me dices «¡Vamos!». Y juntos, de la

Efectos de la naturaleza en el arte

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     Como sabemos, la belleza y el proceso vital de la naturaleza tienen como consecuencia importantes efectos en el arte. Hay muchos elementos naturales que se evidencian en la escultura, en la pintura o en la literatura. Y hay muchos otros productos artísticos que han sido consecuencia de efectos naturales, pero que a veces desconocemos. Hoy vamos a hablar de dos de ellos: las increíbles imágenes paisajísticas retratadas por el pintor británico William Turner y la obra literaria que supuso el comienzo de la literatura moderna: Frankenstein.       ¿Qué tienen en común ambos ejemplos artísticos? La época. Mary Shelley publicó su novela en 1818 y Turner presentó sus brillantes colores celestiales al mundo en torno a 1816. Pero, más que una fecha, ¿qué los une realmente? ¿Por qué podemos relacionar ambos hechos?      Tanto las causas que llevaron a Mary Shelley a escribir como las que animaron a William Turner a pintar tienen el mismo origen: la erupción del volcán Tambora el