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Mostrando entradas de octubre, 2018

Realidad

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"¿Qué ves?", me preguntaste. Miré al presente, a la realidad, a la visión que se cernía sobre mí. Le pregunté a mis ojos qué veían; y me respondieron. Con sus palabras en mis labios te respondí: "hay árboles. Son frondosos, de distintas tonalidades. Unos más verdes y otros menos. Algunos, ya con tintes anaranjados, se van tiñendo de rubio. Se mueven al son de la lanzadera del viento. Igual celebran una fiesta". Me interrumpiste. Me volviste a preguntar: "¿Qué ves?" Decidí ser menos imaginativa. Me ceñí a lo que veía como si fuera un examen de pura realidad. "Veo árboles bailando al viento. Se nota que es otoño. Algunos son muy verdes, otros menos y otros más amarillos. Bueno, las hojas -aclaré-, los árboles siempre son mezcla de copa y tronco. -Seguí-, detrás de los árboles hay una montaña. Ahí acaba esa esquina de la ciudad. El cielo está nublado. Enfrente de mí se aprecia un edificio. Diría que un palacio, pues su torre -la que yo observo-, es a

Recuerdo de aquella tarde

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¿Sabes? Lo pensaba hace un rato. Es precioso comenzar una relación con alguien. Sientes que formas parte de tu cielo, de todo aquello que soñaste, que cumples el objetivo humano de ser alguien distinto con otro alguien complementario. Pero es una ilusión efímera. Al principio todo es intenso, pasional, desbordante, inquietante, conoces nuevos sigilos y descubres otras maneras de vivir. Pero como toda ilusión, al final, una vez reconocido el terreno, los besos y los ondulantes movimientos, vuelve la monotonía. Por mucho que la ilusión trabaje en mantener a la monotonía en stand by , siempre esta tiene más fuerza para volver a presionar el play . Y cuando ya lo conoces todo, llega el cansancio, llegan las sombras e incluso la desconfianza. Y por último, lo más indeseado, el mayor miedo que tenemos y que tememos: la ausencia del cariño. ¿Qué es esto?, me preguntarás. Esto, querido mío, es lo que tantos años hay que soportar. Lo que muchas parejas llevan viviendo con cierta parsimonia de

Viaje onírico

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Y seguí paseando. No sabía a dónde iba, aunque daba lo mismo. En aquel paraíso no había final; ni principio. Solo se oía el maullar de las hojas de los árboles; invisibles para mí; inciertas; inverosímiles entre la oscuridad esmeralda. No había nadie; mejor. Supongo que estaba soñando; me gusta soñar; soñar viva; o muerta. Pero soñar. Supe que era un sueño porque llevaba ese vestido; aquel que vi en aquella tienda; granate, hasta la rodilla, de encaje, coronando el cuello con una cinta; negra; hermosa; plateando mi pelo dorado; mis ojos de cedro. Quizá me acuerde de ese sueño porque lo llevaba puesto. Pero, me hubiera gustado verlo ondeando al viento, el que hacía repiquetear las hojas de los árboles, pero que a mí, a mi cuerpo, no llegaba. Quizá era lento, quizá un aura de savia se lo impedía. Quién sabe.  Los árboles eran grandes muros de mundo. Nadie podría cortarlos. Nadie debe. Porque... si alguien mata a la naturaleza, ¿qué nos quedará? Nadie merece más vida que un árbol.

Sombras

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¿Eres tú? ¿Yo? No, no soy yo. Era. Cuando veía a quienes me hablaban. Ahora ya no veo. Aunque prefiero no ver. No quiero ver. Pero soy ciego. Y eso no lo puedo elegir. Aunque tampoco me gustaría ver. ¿Ver? Para qué. ¿Para verte a ti? ¿Qué eres? ¿Eres algo? ¿Te crees alguien? ¿Mejor que yo? Quizá. Yo tampoco soy nadie. Ni lo seré. O sí. Porque soy ciego. Tú ves. O eso dices. Pero en realidad no ves. Eres otro que dice que quiere sublevarse contra el mundo. Para que te vean. Y se fijen en ti. ¿Y qué? ¿Y qué vas a conseguir con eso? ¿Ver? No. La vista no ve la vida que vosotros veis. La vista ve lo que yo veo. La realidad. Y me miras con el rabillo del ojo. Y te ríes. Y te crees mejor que yo porque soy ciego. Según tú, no puedo hablar de la vida. Porque no la veo. ¿Y tú sí? No. Tú ves la normalidad. Tú ves a gente anónima buscando que los vean. Yo veo la verdad. Porque la verdad no se ve con los ojos. La verdad se ve con el conocimiento, con la sabiduría. Te me quedas mirando.