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Mostrando entradas de octubre, 2020

Exuberantes

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Exuberantes son las flores muertas. Encerradas en su pasado, en la pisada que las convirtió en cadáveres ante los fríos ojos que las desterraron al infierno. Sus pétalos están caídos sobre un suelo pétreo y frio como el desprecio humano. Pétalos de cálidos colores aún tibios que lloran lejos de su raíz, torcida y rota, ya sin vida. Sus hojas van perdiendo el color. De un verde luminoso a un claro y blanco cristal yacente. La muerte ha surgido de repente, como vino la vida.  Y mientras las flores caen en el olvido, el destino se cierne sobre ese niño distante que rompió una vida por simple diversión. Ese niño que aplastó a una flor estaba a punto de perder la suya, estaba apunto de morir.  Aquel niño que ahora corría por el jardín quitando miles de vidas de colores iba a morir de forma ruda y violenta.  Poco después de acabar de jugar se dirigió contento e ingenuo hacia su casa. Torció la esquina y pasó por medio de la calle mientras unos ojos lo observaban desde el otro lado. Unos ojos

El Reino del Silencio

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No hay nada, solo aire. Respirable, pero transparente. Se puede acariciar con los dedos y se nota en ellos la seda del viento.  No hay nada, solo luz. El sol calienta con sus rayos de inmenso poder el paisaje de la vida. La tierra es sombra del cielo. Y el cielo, del alma. Del alma del mundo, inexpugnable y fría como el calor que asciende del centro del globo.  No hay nada, solo niebla. Blanco horizonte de nubes ardientes, de esponjas de agua que flotan, eternas como las flores de colores que pueblan el suelo. No hay nada, solo polvo. Suspiros violetas que convierten el paso del tiempo en algo plácido y nublado. El calor no existe. Las piedras están heladas como la tradición de la muerte. No hay nada, solo lluvia; fina y sola en el sombrío agujero del acantilado sin fondo. Allí abajo, a lo lejos, las olas rompen y salpican protestando contra su naturaleza. No hay nada, solo ruido; el ruido de los tallos al crecer, de las hojas al prender de verde su pequeño espacio, de los pétalos al c

Contemplación

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Exquisitas las vistas que tiene uno ante sí y por sí mismo. Asomarse en su interior al vacío, ver y no ver lo que hay y lo que no hay porque existe solo en sí y a la vez no existe. Los cubículos en los que uno vive son solo pasajeros. Cambian con el tiempo y aprisionan solo en algunos casos, cuando se convierten en las únicas dunas que los iris, como estrellas de calor celestiales, visualizan durante un tiempo, eterno para el ser, escaso ante la verdad temporal. Días y noches imaginarios que se vuelven contra él, que se revuelven en sus pensamientos como cárcel obligada cuando uno solo es lo que era, nada nuevo y sin embargo ya es malo para la libertad.  Afortunadamente tiene una escapatoria, la vista hacia el cielo que atraviesa el único ventanuco de su celda. El mundo sigue, los pájaros aún cantan y vuelan entre el paseo del sueño del cielo, con las corrientes de aire y el fluir sano, libre y natural del tiempo. Uno puede salir a la terraza si la tiene: vislumbrar en lo que antes era