Esperanza

Es tan bella... Sus pasos sobre el cielo son propios de una divinidad. Y lo es. O no. Quizá sea más. Más aún. Mucho más. Mi corazón siente una atracción inmensa hacia ella, hacia lo desconocido. ¿De quién será? Debía de ser un lucero de pasión su dueño. Un ser dulce, como lo es ahora ella. Ella que ahora acaricia con ternura la tierra a la que mira, a la que sonríe con unos labios dulces, suaves, que rozan la densa cortina estrellada que la admira. Esas antorchas nocturnas la adoran especialmente, la sienten dentro de ella, están enamoradas del encanto que ven y que se refleja en sus ojos como cristales de claro y elegante viento. Yo la veo desde la tierra. La veo irse. No recuerdo cómo llegó, pero sí cómo se ha ido. Es eterna su esencia. Mi mente embrujada de placer vuela con ella dejando caer pequeñas burbujas de incienso, de arte, de plateada y brillante magia. Éramos una solo cuando nadie nos veía. Y ahora somos dos en la infinitud de la soledad. Somos y ya no somos, aunque fuimos y seremos y a la vez no seremos. 
Fuimos aquello con lo que yo crecí, con mis pensamientos y mis creencias. Éramos una mariposa trenzada, una luz que tarde o temprano desaparecería y se apagaría en su presente para dar lugar al gran recuerdo luminoso que fuimos. Para que todos nos recuerden cuando ya no brillemos, como ahora que ya no somos ni estamos. 
Y ella se sigue elevando mientras mi mirada se pierde del todo en la esperanza de volver a vivir a su lado, en ella, entre los filamentos de su ser innocuo. Mis ojos se cierran recordándola sabiendo que nunca podrán olvidarla porque sin ella nunca fueron. Y ahora que ella no está, ellos ya no son. 
Mi alma se desvanece a la sombra de la luna que la acoge en su seno, que la cuidará y abrazará hasta el fin de los sueños.

Y mis ojos al fin se cierran. La tierra me acoge como yo acogí a la vida. A un mundo onírico y transparente me dirijo. Espero encontrarme con el halo de la luna que devuelva a mi corazón lo único que me queda: el amor: mi alma. 

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