Velocidad


De nuevo comenzaba el vuelo. Las abejas iluminaban con sus zumbidos, a ritmo de orquesta, el interminable auditorio natural. Pétalos y hojas las animaban y acompañaban en su intenso y veloz volar. Se dirigían raudas hacia los bosques, hacia las vías de esmeraldas conciencias regadas de polen. Las abejas solo buscaban sus flores. Cada una la suya, cada hedor exclamado en intimidad resonante, aromas de lirio y libios colores que, como discotecas, bailaban al ritmo del sol y la luna. 

Resonaban los aullidos eternos y desdoblados, discontinuos enlaces de las alas de los insectos. Componían melodías armónicas sin armónicas entradas, entre salidas de hierbas y fieles colores de deslices cromados. Un concierto de alas que al aire tronaban los movimientos de fuerza, de precisión y  destreza ante innumerables instrumentos que ensordecían al viento. Las alas de la vida en rectilíneos contratiempos, con silencios y corcheas entre las arpas de los estambres. La velocidad, inhumana, de un movimiento nocturno, de un baile de obreros cada uno en su flor. 

Los pentagramas colorean de amplias sombras las esquinas de la foto, mientras la clave de fa pinta en su leve girar de escalas de grises un humilde piar. Los conceptos sonoros de agudos y graves describen en mono con bemoles en sepia y, cómo no, el último suspiro, de zarandeos perdidos; una nota, un canto, un tiempo en silencio, vestido en estéreo con etéreos vestidos descritos, deshechos de vividos vestigios echados al fuego de negros augurios, de grises veladas y blancos murmullos. 

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