Extraño


Ojalá pudiera pasear por sus límites de fuego. 
Ojalá supiera volar hasta verme en el cielo. 
Ojalá tuviera fuerza para renacer, para ser parte de ello.
Ojalá no fuera un extraño, ojalá no fuera de hielo. 

Me gustaría tanto pasear por el horizonte, por el fino trazo delineado en cálidos temblores por debajo del  iris. Ojalá tuviera en mi mano el deber de subrayar sus infinitas pestañas, terminadas en puntas, en puntas resplandecientes de estrellas de colores. 
El iris cambia de color con la cercanía de la luna. Me gusta tanto su rostro, la tez galáctica del cielo, de la princesa del mar de luceros extraños. 

Aquí en la tierra no hay más que mares y charcos con fronteras a sus deseos. 
No existe la eternidad de vuelos ni de sueños. 
No existe la vida más allá del fin de los huesos. 
No existe la esperanza detrás de tantos esqueletos. 

Me gusta la tierra porque es lo que piso, la seguridad del animalillo con miedo a caer, a desaparecer. A sufrir. Me dijo la sabiduría que la muerte es el summun del conocimiento. Nadie es más sabio que el que conoce a la muerte porque solo este ha visto la verdadera belleza de lo inhumano. 

Pero el cielo es un espejo.
Un espejo de ensueño.
Revestido en pañuelos.
de colores eternos.

Nada existe de lo que veo más allá de la ventana. Un cristal derramado sobre los hilos de plata. La vida se va, se escapa de mis manos sobrevolando los valles. Se engancha en sus pétalos, pinta de marfil los mástiles de hojas que navegan embravecidos por las ciclónicas olas. 

Y el cielo observa la naturaleza extraña
por un telescopio cubierto de magia. 
Solo las luces que surcan la noche, 
habrán de escribir sobre la esfera de escarcha 
con la tinta de aquellas especies aladas.


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