The Promise

Me desperté. Estaba en un bosque. Sola. Con un vestido negro y largo, de encaje. Descalza. Y sola. Entre los árboles despeinados por el suceder de la vida, de su vida, de mis pensamientos. Sola como otro árbol más, con el tallo recto y fuerte, con el pelo ondeando al capricho del viento. Sola, compartiendo el oscuro verde de la frondosa sombra. Miraba fija a los demás árboles que, al igual que yo, miraban perdidos en el océano de oscuridad. No se veía el cielo. Las copas de los árboles lo tapaban; o quizá no hubiera cielo; o quizá fuera verde; o quizá... No importa, yo seguía sola. Comencé a andar, vi un árbol diferente, con la copa marrón y el tronco verde. ¿Por qué no? ¿Quién dicta el color de las cosas? ¿Nosotros? Impertinentes seres que se atreven a nombrar y a determinar a los demás. ¿Quién soy yo para mandar sobre la Naturaleza? ¿Quién soy para... para cualquier cosa? Ni siquiera puedo decidir nada sobre mí misma, ¿y me creo capaz de pensar que sí puedo sobre cualquier otra persona? Nada, no somos nada, ni nadie. Hasta un árbol es más, más alto, más elegante, más sabio, más viejo. 

Otro árbol era superior a los demás, miraba desde arriba al suelo de copas, pero los veía como una explanada de paz, de armonía, de soledad. Me acerqué. Me coloqué frente a él y miré hacia arriba, de sus interminables ramas surgieron aves de todo tipo y aspecto, de toda región, de toda época, de muchas vidas y de ninguna muerte. Me dejaron ver el interior del árbol. Era grande, tanto, que pude ver unas diminutas escaleras que subían por su tronco. Comencé a subirlas. Al menos la presencia del árbol acompañaba a mi soledad. Cuando llegué a la cúpula, entré en ella y lo que vi me dejó ciega. Había otro bosque, un lago, animales saltando y corriendo. Miré hacia atrás y vi el paisaje anterior frente al nuevo, dos mundos paralelos, pero unidos. Dos mundos diferentes que me daban la bienvenida. Dos mundos que podía observar, vivir y entre los cuales me encontraba.

 Paseé por la orilla del lago, cristalino espejo que me recordaba mis pasos. Me enseñó el trayecto que había seguido hasta llegar hasta él. Me sentí pequeña, inútil, una vida no era más que unos pasos perdidos entre la esmeralda inmensidad del mundo. Me di la vuelta y observé un matiz, en la fuente había una piedra, con un matiz de rojo que nunca había visto antes. Me quedé mirándola fijamente durante un rato. Entonces se me ocurrió coger un poco de agua y mojarla. Brilló. Y nacieron unas letras en su epicentro: "The Promise", ponía. Lo repetí en alto, “The Promise”.

"La Promesa"… La Promesa de la vida.

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