Tetricada III

No había nada. No había nadie. La tormenta había cesado. De las entrañas de la tierra emergían gases tóxicos que me hacían alucinar. Veía sombras que se acercaban y se alejaban de mí. Vi cómo una sombra se tragaba a otra. Y de ella, emanaba un rico hedor a muerta putrefacción y un hilo color cobre de sangre que me perseguía. Yo corría intentando que no me rozase, pero cuanto más pensaba que avanzaba, menos espacio recorría. Espacio muerto. Espacio helado. Espacio vacío, negro agujero. Todo era del mismo color. Negro. Todo era igual. Corría por un suelo marmóreo, por una tumba sin principio y sin final. El cielo era una tumba más, como todo lo demás. No había nada más que unas nubes de humo. 

Seguía corriendo incansablemente por el valle de la perdición, de mi perdición, de un futuro que no iba a vivir. Estaba atrapada en una dimensión paralela, es la absoluta soledad de la desesperanza. La sangre ya no me perseguía, aunque yo corría sin rumbo en círculos concéntricos en mi propia mente. La sangre había abandonado su fin y yo quería abordar el mío. Grité. Muchas veces. Cada vez más alto hasta que mi propia voz era ahogada por el hastío de intentar escapar. No había nada. Solo yo. Solo nadie. Me acurruqué en mí misma. Ya nada importaba. No podía salir de la frustración de estar atrapada, de la tristeza de estar sola, pura en mí, blanca de corazón, ojos carbonizados ante la muda ilusión de salir de allí. De aquí. De donde estoy. Aquí sigo esperando a que alguien me salve, a que alguien venga y me ayude a salir. A que alguien me deje ver quién soy.

No estoy en ninguna parte. Estoy en mí. Encerrada en mí mientras 
                                                 mi cuerpo muere
                    mientras
                                                                                                           mi alma se desvanece
mientras otros lloran.
                                          Mientras yo muero, ellos se despiden y... 
                                                                                                                          y nada. 
Mi vida se va. La máquina del hospital deja de pitar. Ya no es en su sonido dis con ti nuo. Se calla. Se para.           Y ellos,               pálidos...  lloran.              Su vida se va y ellos son solo
                           nimios                                    espectadores                                         que

 Observan mi rostro
Cadavérico
Quiero volver
Pero me siento sola
Quiero vivir
Pero la muerte me vuelve loca


Al fondo hay algo, una lápida o un... nada. No importa. Me hundo. Un abismo de nada y de niebla intenta absorberme. Yo lo veo, está allí. Quizá sea la salida. Soy demasiado joven para decir adiós. ¿Adiós a quién? A quienes me quieren. ¿Y quién eres tú? ¿Yo? Ni idea. Pero siempre quise ser alguien. Aquí no lo eres. Y allí tampoco. ¡Cállate! ¿Estás insegura? Pobre alma débil. ¡No soy débil! ¿Y qué eres? Yo. Soy yo. Y nadie podrá pararme.

Anduve lentamente mientras las almas encadenadas me obstaculizaban, mientras el suelo una y otra vez me hacía volver al principio. No sé si lo lograré, pero al menos... al menos lo habré intentado. Al menos... habré intentado vivir. ¡Viviré! Vivirás si das todo de ti.

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