Realidad


"¿Qué ves?", me preguntaste. Miré al presente, a la realidad, a la visión que se cernía sobre mí. Le pregunté a mis ojos qué veían; y me respondieron. Con sus palabras en mis labios te respondí: "hay árboles. Son frondosos, de distintas tonalidades. Unos más verdes y otros menos. Algunos, ya con tintes anaranjados, se van tiñendo de rubio. Se mueven al son de la lanzadera del viento. Igual celebran una fiesta". Me interrumpiste. Me volviste a preguntar: "¿Qué ves?" Decidí ser menos imaginativa. Me ceñí a lo que veía como si fuera un examen de pura realidad. "Veo árboles bailando al viento. Se nota que es otoño. Algunos son muy verdes, otros menos y otros más amarillos. Bueno, las hojas -aclaré-, los árboles siempre son mezcla de copa y tronco. -Seguí-, detrás de los árboles hay una montaña. Ahí acaba esa esquina de la ciudad. El cielo está nublado. Enfrente de mí se aprecia un edificio. Diría que un palacio, pues su torre -la que yo observo-, es alta, con en un tejado negro, acabado en punta, con una veleta en su cúspide. Enfrente de mí, en su parte central tiente un dibujo coloreado, más oscuro que el resto de la fachada. Y, en él, en su centro, hay un ventanuco circular, sin persiana. Parece una torre victoriana, del sur de Inglaterra; o del norte de Francia. A su lado, a veces, pasan coches. Es una calle poco transitada -una rotonda, sabía yo-. Allí se ven pequeños troncos de árboles". Entonces, me quedé muy quieta, sin mirarte, sin observar tus pómulos impenetrables. Cogiendo aire, te pregunté "¿he sido concreta?". Me contestaste: "Sí, más que al principio". Nos quedamos en silencio, pero al poco, continuaste: "Has dicho lo que cree que has visto, lo que todos ven. Ni más ni menos. Tu literatura te hace fuerte y soñadora, pero poco clara y científica. Lo que veas delante es lo que hay y lo que existe. Nada más. No imagines historias ni cuentos en detrimento de la verdad. Si alguien no te aprecia, no creas que sí, pues no es cierto. Si alguien no te ve porque otros le tapan, intenta hacerte ver, no pienses en sueños vacíos de realidad. Lo que no veas delante de ti no existe. Y todo lo demás son buenos momentos para disfrutar en un momento de silencio. Pero nunca vivas en otra realidad. Nunca imagines que eres otro y vives en otro contexto. Nunca te lo acabes creyendo porque... la única que sufres eres tú". Me encontré pálida ante la terrible verdad que acababa de oír. Y vacía. Sin esperanza, sin luz. Miré de nuevo hacia ese paisaje y solo vi tristeza y congoja. El cielo estaba gris, como yo ahora, pronto precipitaría. Quizá, cuando lo haga, me una a él. Al menos, las lágrimas son reales y las emociones que encarnan lo son también. Me sacaste entonces de mi pensamiento. "Aun con todo, no me has dicho lo que realmente ves. No has sabido ver el arte puro de lo que hay frente a ti. Delante de nosotros hay una ventana. No ves el paisaje, ves el cristal que te permite mirar más allá de él". Me quedé con la boca abierta. Es cierto, delante está la ventana, con su cristal. Transparente. Frágil. Pero, sí, eso es lo que realmente veo. "Gracias", musité en un perezoso susurro. Proseguiste: "Ahora ya sabes lo que hay. No solo para ahora, sino para siempre. A partir de ahora sé certera y realista. Mira lo que hay, ve lo que existe, aprende a saber y sabrás la verdad". Comprendí en ese momento tantos errores que había cometido en mi vida. Comprendí también el significado de tus palabras... que... eran, eso, palabras. Ahora ya sé. "Gracias", volví a decir. Me giré con una sonrisa para ofrecerte una mirada de complicidad, pero ya te habías ido. Te fuiste como llegaste. En silencio. Pero igual que la primera vez que te vi, transformaste mi vida y mi ser. Ahora, soy alguien mejor, pero, sobre todo, alguien diferente. 

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