Recuerdo de aquella tarde

¿Sabes? Lo pensaba hace un rato. Es precioso comenzar una relación con alguien. Sientes que formas parte de tu cielo, de todo aquello que soñaste, que cumples el objetivo humano de ser alguien distinto con otro alguien complementario. Pero es una ilusión efímera. Al principio todo es intenso, pasional, desbordante, inquietante, conoces nuevos sigilos y descubres otras maneras de vivir. Pero como toda ilusión, al final, una vez reconocido el terreno, los besos y los ondulantes movimientos, vuelve la monotonía. Por mucho que la ilusión trabaje en mantener a la monotonía en stand by, siempre esta tiene más fuerza para volver a presionar el play. Y cuando ya lo conoces todo, llega el cansancio, llegan las sombras e incluso la desconfianza. Y por último, lo más indeseado, el mayor miedo que tenemos y que tememos: la ausencia del cariño. ¿Qué es esto?, me preguntarás. Esto, querido mío, es lo que tantos años hay que soportar. Lo que muchas parejas llevan viviendo con cierta parsimonia desde los seis meses posteriores al primer contacto, y a la primera sonrisa. 

Sonrío sin querer ante tu perplejo rostro. No entiendes de lo que hablo, ¿verdad? Lo sé, lo sé. No te preocupes, te lo explicaré de nuevo. Tú sabes que cuando nos conocimos, en el Paseo de la Isla, nos gustaba jugar al Escondite entre la frondosa vegetación arcaica, cuando nadie nos miraba. Éramos felices en nuestros juegos y en nuestros sentimientos. Sabíamos lo que queríamos el uno con el otro. Y a la vez lo desconocíamos. Pero teníamos ganas de experimentar, de vivir; de convivir juntos; de entrelazar nuestros cuerpos una noche tras otra, bajo las sábanas blancas. Nos besábamos cuando podíamos, cuando nuestros padres no estaban y nuestros amigos solo observaban de reojo. Nos gustaba que nos mirasen porque veíamos la envidia reflejada en ellos. Envidia de nuestra felicidad, que ellos ansiaban conseguir. Éramos felices, repito. Teníamos ilusión por seguir, por crear una familia. Creíamos en nuestro futuro. 

Veo que estás de acuerdo. Que me miras con alegría, una alegría torpe. Sabes que tengo razón porque tú eras feliz, en ti mismo y conmigo. Sonríes recordando antiguos momentos casi olvidados, ahora, en nuestro presente hastío. Deberías estar contento porque estamos solos de nuevo. Nuestros hijos ya son mayores, ya no viven con nosotros y deberíamos volver a sentir esa ilusión, al menos una vez más. De nuevo, juntos, como cuando disfrutábamos de la divertida mirada ajena posada en nuestros ojos y cuando hacíamos el amor apresurados por si nos descubrían. Quizá te parezca un poco ñoño lo que te estoy contando, quizá una locura, quizá nada. Sé que no lo has olvidado. Sé que ya no somos unos niños, que ya no vamos corriendo a refugiarnos en la sombra de aquel sauce a orillas del Arlanzón para vernos, como hacíamos antes.

Pero quiero recordar esa juventud que pasé contigo, que te regalé. Quizá pueda ponerme aún uno de mis vestidos de treintañera. Aquel de color beis con la cintura ceñida de color azul cielo. Y mi sombrero, mi favorito. Aún lo conservo porque me recuerda a ti. ¿Te acuerdas? Asientes con la cabeza. Era grande, el más grande que habías visto nunca. Aquí, en Burgos, no lo vendían. Al menos no de ese tamaño. Me lo compré en Madrid, en la gran capital. Sí te acuerdas de él. Cómo no. Me llamabas la dama del sombrero mexicano. Después fuimos a México, en nuestro viaje de novios, solo como recuerdo de ese sombrero. En una tarde de lluvia nos tapamos los dos con él y nos supo proteger a ambos, como el destino hasta ahora. También tengo aún los zapatos de bajo tacón azulados. Apuesto a que aún me valen. Me miras con nostalgia y con un atisbo de ilusión, de nuevo. Tú también conservas el traje que llevabas en aquel rosáceo atardecer. 

Nos miramos. Sonreímos. Esta misma tarde, envueltos en nuestra juventud e ilusión, nos vestiremos como aquella tarde paralela e iremos de la mano por el Espolón, recordando y reviviendo los momentos más felices de nuestros primeros días. Y sí, tienes razón, nos pasaremos por el Café España. Y, por supuesto, entraremos allí, donde nos dimos nuestro primer beso, en la Librería del Espolón. 

Comentarios

Entradas destacadas

Violet

La librería, un lugar de ensueño

Reflexiones: verdad e intraverdad

Mientras sigue lloviendo

Paseando por el viento...