Filamentos


– Siempre con la vista fija en el cristal. 
– Más allá solo hay tiempo y distancias ajenas. Solo se huele el silencio y la vida que deambula inquieta por el aire. La noche es la que más ve cuando el sol se va, pero ciega las miradas que intentan sobrevolar la sombra y ver lo que no existe. 
– Igual te estás pasando, eh. Te veo muy filosófico hoy. Tranquilo, ya saldrás. 
– Nadie puede prever lo que sucede ni hacer que retroceda el tiempo. Aquí, él no existe. Solo supone un resquicio, una luz casi muda en el vacío blanco de la conciencia. 
– Saldrás. Y serás libre otra vez. 
– Y si salgo, qué. Acabaré volviendo. Siempre se vuelve. Creemos ser los mejores, los más fuertes, los únicos, los todopoderosos. Y no somos una mierda. Al final siempre acabamos aquí, ya sea vivos o muertos. Pero siempre aquí, postrados. 
– Te estás alterando mucho. No merece la pena. 
– ¿Y qué merece la pena?
– Sentir, disfrutar, vivir. 
– Sentir, disfrutar, vivir. Palabras, simples palabras, carentes de significado, carentes de calidez. Yo las veo frías, vacías. Meros conceptos que aparecen, recios, en el diccionario. El verdadero significado de las cosas no se lee, no se dicta, no se aprende; se siente en una micra del corazón, a mil millas del alma. Nosotros le ponemos la vitalidad al lenguaje. Si no, sólo sería una cosa más, inerte, carente de luz.
– Se te pasará y lo verás todo con ilusión y alegría. 
– ¡Ah, sí! La ilusión. Otro concepto lleno de gloria, revestido de frialdad. Demasiado esfuerzo. 
– Mejor duérmete. 
– El sueño... ése que nos roba la vida mientras, indefensos, vivimos otra en la que carecemos de pensamiento, de realidad y de raciocinio. No hay nada que me dé más miedo que el sueño. Puede hacer con nosotros lo que quiera. Incluso, que nunca más lleguemos a despertar. 
– Al menos cierra los ojos. Así no verás la noche. 
– No me preocupa la noche. Si cierro los ojos dejaré de ver lo que ya no veo para pasar a ver la oscuridad de mí mismo, de mi conciencia, de mi ser. ¿Quién me dice a mí que cerrar los ojos es mejor que abrirlos? Mejor mi soledad y mi vacío que el que se puede disfrutar en el paisaje, en los demás. 
– Así no te vas a recuperar nunca. 
Nunca no existe. Porque ese nunca solo afecta a nuestro pequeño y mísero segmento vital. Intentamos siempre aplicar nuestra experiencia a la burda secuela de los entes ajenos, desconocidos. Pero siempre tampoco existe. ¿Y quién lo dice? Nadie. ¿Nadie? Sí, yo. 

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