Una locura silente


El silencio es una fina capa de filamentos armónicos que lo cubren todo. Siempre está ahí, presente, recordando las ausencias y previendo los momentos austeros que podrá traer el futuro. Cómo explicar algo que solo existe en sí mismo y por sí mismo. Nadie quiere quedarse en silencio cuando está acompañado. Por qué. Por nada, porque el silencio trae olvidos pasados, preocupaciones presentes y temor. Nos ofrece el temor de no saber, de no conocer, de no querer oír. El silencio es necesario siempre. Nuestra mente solo puede funcionar en silencio, en su silencio. Nosotros, cuando pensamos, creemos que hay un barullo inmenso en nuestro cerebro, pero no. Solo se suceden pequeños movimientos, pequeñas arrugas en nuestra fina capa de filamentos armónicos que cuidan, protegen y alumbran nuestra mente. 

Quién no ha querido disfrutar del silencio alguna vez. Es decir, disfrutar de aquellos sonidos ajenos a nosotros, que no podemos controlar, que se suceden sin nuestro permiso y que nos superan y nos son superiores. Quién no se ha parado un momento para vislumbrar en la noche el murmullo de la lluvia, el paso exacto y deliberado de los segundos que se prolongan entre una gota temprana seguida de otra y otra en el curso del gotear de un grifo. Quién no ve volar las hojas de los árboles a merced de las danzas del viento y, aun sin oírlo, se descubre imaginando brevemente, y con una vaga idea, los temblores y caricias sonoras del viento en cada uno de los objetos callejeros, siempre basándose en recuerdos de cine. 

Quién no ha visto la tranquilidad de la ausencia de ruido, de sonidos, de reverberaciones, de ondas reflejadas en el deseo de no percibirlos, de ver, entrever y soñar, por una milésima de segundo, la presencia del silencio absoluto, ese que no existe nunca del todo, porque si no nos cegaría la locura, una locura silente. 

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