Paisaje


Cae la niebla. 
La transparencia se disipa. 
El mundo resuena traslúcido. 
El aire se cristaliza. 
El viento se para formando filamentos de hielo. 
El paisaje se purifica. 
El ambiente se hace níveo. 
Las telas de araña se materializan en el cielo y en la tierra, dibujando con sus finos trazos la serpenteante línea de luz blanca. 
El cielo se nubla hasta volverse invisible.
Solo la niebla envuelve la vida y la muerte. 
Solo ella devuelve a la vida los recuerdos, solo ella convierte en olvido blanquecino los trozos de dolor que se desmenuzan y caen a la infinitud abismal. 

Blanco, todo es blanco. 
Mi mirada es blanca.
Habla el mundo nublado.
Hacia la esperanza de luz opaca.
La nieve lo cubre todo.
No hay sentimientos.
Solo hay escalofríos.
La temperatura baja.
El frío se hiela en intermitentes aleteos de frías huidas.
Llueve.
No se ve.
La niebla no deja ver las nubes.
Pero las nubes están.
Y sigue lloviendo.
El agua es cada vez más fría.
Hasta que, finalmente, deja de caer.
El sol sale por algún rincón.
La lluvia, escarchada, se detiene en el tiempo y en el espacio.
Flota entre los hilos de la niebla, en cortinas de plata.
Pero ya no cae.
Flota.
Y el sol se refleja en sus cristales.
Un sol frío.
Un sol extraño.
Un sol ajeno.
Un sol débil.
Un sol vacío.
Las lágrimas de luz envuelven la tierra.
Envuelven el mar.
Envuelven el cielo.
El cielo que está cegado.
Por la luz blanquecina.
Por el frío puro.
Y nada se ve. 
Todo es luz.
Todo es aire.
Todo es espíritu.
Espírito escarchado.
¡Silencio!
¡Silencio!

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