Bullen las almas

¿No lo oyen? Si se concentran podrán oír el bullicio de sus almas fuera del cuerpo. Mientras ustedes hacen su vida en su cubículo, en el de siempre, extraño ahora por permanencia en demasía; por demasiada espera. Si cierran los ojos y solo oyen, podrán oírlo. Y escucharlo. Las almas bullen. Sus almas bullen en las calles. Hacen la compra, preparan un regalo, pasean solas, de la mano y en grupo; corren hacia la parada del autobús, salen de un taxi que las ha dejado cerca de su destino, vuelven de hacer una visita, acompañan a alguien a tomar un café, leen el periódico, alejan las preocupaciones, viven, mueren junto a sus cuerpos o sin ellos, comen en un restaurante, juegan con los niños, se les hace la boca agua observando desde el cristal de la calle una tarta de una pastelería, leen en un banco a la luz del sol, respiran intensamente el aire puro –más puro que nunca– e incluso pasan de soslayo por su casa, donde está su verdadera casa: el cuerpo que las acoge y conserva, que está haciendo y deshaciendo con tal de pasar el tiempo, un tiempo infinito, interminable, vital, silencioso; precioso. 

Sí, sus almas, antes olvidadas, desconocidas e ignoradas ahora son las que pueblan las calles de la ciudad desnuda; son las que colorean las sonrisas cuando se cruzan, y que nosotros nunca vemos; son las que dan alegría al mundo, cuando éste llora; son las que iluminan la "normalidad", cuando ésta se disfraza de espera y se recoge, cual tormenta de verano, entre las espesas ramas esponjosas de la naturaleza enladrillada, pintada ahora de una esperanza eterna. 


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