Efectos de la naturaleza en el arte

     Como sabemos, la belleza y el proceso vital de la naturaleza tienen como consecuencia importantes efectos en el arte. Hay muchos elementos naturales que se evidencian en la escultura, en la pintura o en la literatura. Y hay muchos otros productos artísticos que han sido consecuencia de efectos naturales, pero que a veces desconocemos. Hoy vamos a hablar de dos de ellos: las increíbles imágenes paisajísticas retratadas por el pintor británico William Turner y la obra literaria que supuso el comienzo de la literatura moderna: Frankenstein. 
     ¿Qué tienen en común ambos ejemplos artísticos? La época. Mary Shelley publicó su novela en 1818 y Turner presentó sus brillantes colores celestiales al mundo en torno a 1816. Pero, más que una fecha, ¿qué los une realmente? ¿Por qué podemos relacionar ambos hechos?


     Tanto las causas que llevaron a Mary Shelley a escribir como las que animaron a William Turner a pintar tienen el mismo origen: la erupción del volcán Tambora el 10 de abril de 1815. Fue una erupción en dos fases. La primera se dio el 5 de abril de ese año, cuyos efectos no fueron especialmente relevantes. Pero significó el único aviso que ofreció el volcán antes del desastre. La segunda erupción, cinco días más tarde, fue la definitiva: murieron diez mil personas directas solo por la caída de ceniza volcánica incandescente y por los flujos piroclásticos de ceniza, polvo y roca. Estas corrientes parten del cráter del volcán con la precipitación del material que sale directamente de la cámara magmática. Así, a partir de aquí, se deslizan por las laderas a una velocidad que puede alcanzar los 100 km/h y a una temperatura de entre 400 y 500 º C, es decir, fue la causa principal de la muerte de todas las personas que vivían alrededor del volcán y, principalmente, en sus laderas. 


    Pero ¿qué relación puede haber entre Inglaterra (Europa) y un volcán que se encuentra en la región de Sumbawa (Indonesia) a unos ocho mil kilómetros? Desde un punto de vista físico, nada. Pero sí desde otra perspectiva: la gaseosa. Los volcanes tienden a expulsar gases en sus erupciones, unos más y otros menos, y no siempre son del mismo tipo o de la misma importancia: depende de muchos factores. En el caso del Tambora fueron muchos gases, pero sobre todo el más tóxico para nosotros: el dióxido de azufre (SO₂). La nube de humo del Tambora llegó a medir más de 40 km de altura, por lo que llegó a la atmósfera. Entonces se llevó a cabo uno de los procesos más graves que le puede ocurrir a nuestro planeta: el vapor de agua del aire fue absorbido por las partículas de dióxido de azufre y se crearon los aerosoles: partículas que se quedan en la atmósfera y que hacen rebotar los rayos de sol, por lo que apenas llega luz ni calor a la tierra. 
     Esto provoca un enfriamiento general en las temperaturas: apenas se ve el sol, no hace calor, las tormentas son destructivas, etc. Es decir, malas cosechas, hambrunas, pandemias... Y en concreto, gracias a la erupción del Tambora se vivieron los peores episodios del cólera. 
     Y todos estos efectos climáticos favorecieron las supersticiones, los miedos, la desconfianza, la desesperación, que pueden verse reflejados en numerosos escritos, crónicas y, cómo no, en el arte. 
     En el caso de William Turner, los paisajes de amaneceres de colores y gran abundancia de nubosidad se deben a esos aerosoles que cubrían la atmósfera. Al hacer rebotar los rayos de sol y apenas penetrar en la tierra, se produce un fenómeno de espejo que llenó de colores los cielos de toda Europa durante el año 1816 (el llamado en Europa el año sin verano, al no haber casi luz solar y a las bajas temperaturas). 
     En el caso de Mary Shelley fue distinto. No vio esos colores, pero sintió el terror de las tormentas más destructivas de los últimos años en Europa. Gracias a ese pánico por preservar su propia supervivencia (dadas las condiciones de sequía, hambre y enfermedad) y por la preocupación por sus seres queridos, comenzó a escribir. Y de esa escritura nació la creación, a sus 21 años de edad, de la magnífica obra literaria Frankenstein, que representa perfectamente la locura y el terror de tantas noches de tormenta que sufrió su autora. 




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