Cósmico


Plumas afiladas de un azul carmesí pueblan el infinito y la noche. El cielo está tranquilo, a pesar del viento que las mueve con parsimonia sobre el fin de los días. El horizonte se tiñe de colores profundos, cristalizados en recuerdos arcanos. Parece un paisaje mágico. Y lo es. Los cromas se entrelazan formando cordones arcoíris en la superficie de la tierra. La magia se envuelve, da volteretas sobre sí misma, enciende tornados de burbujas y desciende por toboganes cálidos rodeados de la gélida bruma. El amor queda suspendido sobre los arrecifes del horizonte. El coral vuela sin detenerse, libre, entre las filigranas del universo. Interminables galaxias oscuras y redondeadas calientan nuestras miradas cuando las dirigimos a ellas –sin verlas–. Y entonces te acercas a mí. Me coges de la mano. La aprietas fuerte. Tus ojos se funden con los míos en una dimensión perpendicular. Me sonríes con un amor que supera cualquier tipo de obstáculo convexo. Y me dices «¡Vamos!». Y juntos, de la mano, como ángeles que ascienden hacia lo eterno, nos elevamos del suelo, miramos hacia nuestro destino y volamos hasta perdernos como dos estrellas. Tú naranja, yo violeta. Nos envolvemos sobre nosotros mismos como un orbe cósmico. Para siempre en la protección del deseo. Hasta el fin de nuestra galaxia interior. 

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