Alegoría del sueño

      Unos y otros andan en círculo sobre el vórtice de la esfera del tiempo. Árboles extraños y alternos que se desfiguran entre la mañana y la noche como diálogos de masas empedernidas. Esclarecedoras lágrimas de felicidad onírica entre las luces espectrales de la medianoche acristalada. Sombras y más sombras: monigotes etéreos de rosas amapoladas por brazos y piernas y amarillentos pétalos como sonrosadas mejillas en nubarrones de terciopelos cristalinos y pasionales cabellos dorados. Las almas envuelven de misterios las ilusiones de la mente humana. 

     Una descripción metafórica, como otra cualquiera, de la nube que nos envuelve cuando soñamos. Sueños extraños que pueden o no tener que ver con la verdad, con la realidad de los hechos, de las cosas, de la objetividad y de la subjetividad de nuestra fisiología mental y psicológica. Psicoanalizando el ambiente del hecho y de la praesentia o ausentia del mismo, que se da o no en función de una serie de términos aún desconocidos y parcialmente encontrados, sabemos que a veces soñamos y a veces no. Sabemos que para ello no importa del todo el tiempo en el que caigamos dormidos, puesto que toda una noche puede ser llana en un sueño eterno, en otro milésimo o subyacer en el pozo de la muerte sin sentir ni vivir ni ver más mundo que el que hay en ese momento; es decir, sin soñar. Pero también sabemos que en dos minutos de sueño podemos vivir un enorme cuento de magia onírica con introducción, nudo y desenlace. Extrañas circunstancias ajenas a nuestro conocimiento racional. 

     Sigue adelante un ejército agraciado en nombres, afectos e ideas. Siguen por seguir, puesto que no pueden ir hacia atrás. Se acercan a un precipicio de nieblas densas y acuosas sobre un fondo oscuro de saberes inhumanos. Se acercan y se revuelven, inteligentes como su propia creación, que los ha hecho. Indudables colores arden ante su elixir nocturno, repleto del agua que cae sobre ellos con la gris aureola ardiente del cielo cristalino que todo lo envuelve, incluso la vida inerte que a ellos acecha. Y avanzan en silencio. Y caen al infinito para aparecer más allá, en una estepa arcoíris que acaba de formarse ante su propio miedo. 

     La luz real se cierne por un segundo sobre la imagen demacrada de una alma que sueña. Mente y cabeza dormidas que estrellan su tiempo sobre las figuras rotas que emergen de cualquier esquina de un subconsciente cansado de imaginar, creer, pero no vivir. Una luz de la realidad que, por un momento, rompe con la imagen del sueño y a cuyos ojos cerrados amenaza con abrirse. 

Sí, a veces pasa que, durante un sueño, parece que vamos a despertarnos, porque sin querer oímos lo que ocurre en el exterior. Se filtra por un segundo la imagen de ese exterior, del paisaje que sabemos que está ahí, que conocemos, pero que descubrimos incierto y casi irreal, a pesar de que es el único existente y no, el de las sombras, que aún así creemos que existe y que debe ser el que es, el que alumbra nuestra vida y nuestra realidad. Analizando lo que hay y lo que no, observamos que sentimos, aunque aún es un sentimiento breve y desconocido, ya que él mismo no se ha despertado y sigue deambulando por el alma onírica de la existencia alterna. ¿Qué existencia es aquella en la que normalmente no estamos ni somos ni seremos? Estamos porque lo vemos desde la lejanía, desde un cielo rubí que pasa a ser el espejo de la tierra acelerada por el bombeo de nuestro motor que, a veces, y sin quererlo, oímos en los sueños. No somos conscientes de que existe una inexistencia clara en un mundo inestable. Un mundo que desaparece de repente cuando un fuerte sonido nos llama o cuando nuestra mente, simplemente, despierta. Dicha inexistencia desaparece, aunque somos conscientes –paradójicamente– de que sigue ahí, en una dimensión paralela esperando a que volvamos al sueño, a que las metáforas, comparaciones e hipérbatos de la literatura onírica vuelvan a ilustrar, emocionar y gemir en el mundo del sueño que, cuando menos esperemos, vuelven en un vaivén largo y pausado de nuestras pestañas, y renacerá la vida real ante la eterna duda del desconocimiento humano. 

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