Los jóvenes y el "sígueme y te sigo" en internet

    No ha mucho tiempo, diez años quizá, que las redes sociales eran un mundo de esfuerzo por caer bien y gustar al otro, al infinito número de personas que están al otro lado de la pantalla, del número que crece o disminuye en los likes o en los seguidores. ¿Una pérdida de tiempo? ¿Una estupidez? ¿Una falacia? ¿Cómo que escribir o subir imágenes para gustar y ser "famosos" o tener éxito en internet o ser influencers? ¿De verdad merece la pena?

La cosa es que antes, los jóvenes y adolescentes que utilizaban las redes sociales solían esforzarse por escribir tuits o posts para ser leídos y para conseguir seguidores –lo normal, según las instrucciones no escritas del funcionamiento de estas aplicaciones–. Subir información interesante, trabajada, bien escrita y de forma habitual para que los lectores, seguidores o amigos puedan retuittearla o likearla para hacernos aún más famosos en nuestra pequeña esfera de reconocimiento social. Así, conseguíamos lo que se denominan seguidores orgánicos: aquellos que nos siguen por su propia voluntad. Lo contrario, los seguidores inorgánicos son aquellos que se compran (es posible, sí. Total, somos un número, al fin y al cabo). De esta forma, los jóvenes solíamos comprometernos con nuestros viewers y adquirir un hábito sano –dentro de lo que cabe– de publicar a diario un contenido, para mantener ahí a nuestros fans.

    Los jóvenes de ahora poco tienen que ver con los anteriores. Un tuit de 280 caracteres les parece una lectura larguísima que no merece la pena (por lo que desechamos la idea de tener esta red), Facebook ya ni te cuento (que además es "la red de los viejos", según dicen) y nos quedan Instagram, Pinterest, Discord, YouTube, Tik Tok y Twitch. Es decir, las redes sociales de la imagen y del sonido. Cuanta menos lectura, mejor, que es muy cansado. 

Instagram es muy buena aplicación a priori. Me explico. Tiene imágenes (porque lo importante es eso, la lectura de debajo es obviamente innecesaria –textos demasiado largos, dicen–) y los usuarios se siguen solo por el tipo de imágenes que se suben, su calidad, la cantidad, etc. Sin embargo, encontramos un nuevo tipo de perfil: el de 0 publicaciones y más de 100 seguidores. Qué raro, ¿no? ¿Cómo es posible que un perfil sin publicaciones, sin ninguna imagen subida, tenga muchos seguidores –y seguidos, claro–? Muy sencillo. Todos esos seguidores son los llamados seguidores inorgánicos. Las grandes empresas los consiguen mediante su compra; los pequeños usuarios, con la técnica del "sígueme y te sigo" o "follow x follow": que consiste en que todos aquellos que, respondiendo a esta iniciativa, te sigan, tú los sigues y así se forma un compromiso de fidelidad que, por norma general, se acaba incumpliendo. ¿Por qué? Muy sencillo: lo importante es tener muchos seguidores y muchos menos seguidos, pero si seguimos a todos los que nos siguen, la cifra es igual. ¿Solución? Al cabo de un tiempo, vamos incumpliendo este compromiso y dejamos de seguir a estos usuarios que solo están ahí porque nos siguieron a cambio de nuestro follow, es decir, ni nos leen, ni nos escriben, ni se acuerdan de nuestra existencia. Solo importa el número. Solo importa decir que tenemos muchos seguidores, aunque no tengamos publicaciones.

    Pronto –esperemos–, estos jóvenes se darán cuenta de la pérdida de tiempo que supone esta práctica del "sígueme y te sigo" y del nulo sentido que tiene. Descubrirán que las personas importan por lo que son y no por unas redes sociales que deforman su imagen, su identidad y su forma de ver el mundo y de conocerlo. La realidad no está en internet, sino en la naturaleza, el trabajo, los sentimientos y las personas cara a cara y de forma presencial. Nunca podremos enviar una caricia por un mensaje privado ni por un mensaje directo. Tampoco un suspiro de amor ni una verdadera lágrima de tristeza. Las redes sociales no sirven ni con esfuerzo ni sin él, sino solo como herramientas. Nosotros debemos vivir fuera de ellas y siendo como somos: puros e imperfectos, almas libres en busca de la felicidad humilde y cotidiana.

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