Entre los pasillos, la vida

Ya no busco por buscar, sino por encontrar la calma a la que siempre he estado acostumbrado dentro de mí. Trabajo porque debo, porque está dentro de mí como saeta de un futuro incierto, ajeno a mí. Trabajar como remedio de la vida, para ti, para uno mismo, para no depende de nadie, más que de uno mismo, para poder ser independiente y dejarse arrastrar sin preocupaciones por la soledad, por esa alegría pura que ofrece la calma y la tranquilidad. 

No busco nada, solo el silencio. Busco el silencio en un entorno ensordecedor,  en un pasillo largo e incierto donde hay más que palabras e imágenes: sombras y bruma, motores que transportan el viento hacia la pradera de sonrisas y miradas sosegadas como las que me ofrecía siempre mi madre cuando estaba viva, cuando caminábamos juntos y todo el mundo lo veía. Ahora también estamos juntos y vamos a todos aquellos lugares de siempre, pero ya nadie lo ve. Solo yo la veo a mi lado, solo yo la escucho, solo a mí me habla. Nadie más es testigo de nuestras interminables conversaciones entre madre e hijo. Es el fantasma de mi vida, de la de mi padre y de la de mi hermano. Es la luz que sigue alumbrando mi sombra cuando no existe porque la oscuridad la ciega. Sigue siendo mi acompañante y mi profesora, mi confidente y la razón por la que sigo hablando cuando voy por la calle. Hablando para mí, para mis adentros, en los que ella está y en los que sé que me escucha. Por eso llego de nuevo a esos pasillos, nuevos por descubrir, por dejar pisados y recorridos cada uno de sus rincones. Veo pasar los ojos de esos niños que nunca me han visto y para los que en breve comenzaré a serles familiar. Los veo por encima de una mascarilla que nos ha deshumanizado como personas, para convertirnos en nombres y apellidos solo (más importantes que antes), en un peinado especial, en una ropa distinta, en unos gestos concretos y, en particular, en una voz exacta, que nos vemos obligados a reconocer y recordar para sabe quién es cada cuál y qué historia tiene detrás. 

Sin embargo, estos pasillos me dan la calma que busco y en ellos puedo encontrar el silencio necesario y perfecto entre el bullicio habitual de la estridencia juvenil. 



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