En penumbra

La silla se mece sola en este ángulo de la habitación. Me sostiene sobre su ancha explanada de madera, roída por los años que ella ha pasado sola, ajena a nosotros, a los que fuimos y a los que nunca seremos. Se mece sola guiada por su ser. Ahora que la veo sin verla descubro los arañazos y los cortes que nadie le ha hecho, pero que ella siente en su interior y que no le impiden seguir meciéndose sola, me halle o no en su presencia. Se mece sola por el viento que no entra en la habitación, aunque se oye desde dentro y desde fuera, en el seno del torbellino que corre libre y fantasmal por la oscuridad helada. 

Sigo sentada en la silla, meciéndome al ligero compás de sus extremidades. No tengo que hacer ningún esfuerzo porque conmigo o sin mí ella sigue meciéndose. Se mueve al mismo ritmo que el péndulo entelado de la pared contigua por el lado derecho. Se mueve y se mueve ese péndulo entelado de casas de arañas, aunque la vida que le rodea no se lo permita, porque el tiempo no para y él debe seguir su camino y cumplir su función. 

La silla sigue meciéndose sola. Es una casa fantasma, un caserón maldito porque cada persona que lo ha habitado ha tenido que desaparecer de él, ya sea en vida o en muerte. No pueden vivir en este espacio ritmos ajenos y pisadas discordantes. La casa tiene su personalidad. Yo estoy aquí igual que estuve cuando vivía aquí, hace tantos años. La silla me mece igual porque estoy, pero no estoy. Deshago el jersey de lino con unas manos que ya no existen y sostengo mi libro de lectura, que se ve flotando solitario en un aire libre de luz. La silla me mece porque estoy, pero no estoy. Yo sé quién soy y quién no, pero después de tantos años ya me he adaptado al ritmo del péndulo y de la mecedora. Por eso sigo aquí y no me he ido, aunque pude. Pero decidí quedarme en este salón de cuatro ventanas, donde se ven, siguiendo las agujas del reloj, la niebla del corazón en un paisaje inusual teñido de un blanco espeso permanente; la vegetación extraña de unas plantas que ya no crecen, aunque nadie las corte. La naturaleza libre en la peligrosa calma de la noche; la oscuridad que se encuentra a la espalda, donde duermen las bestias sonrientes del cielo y de la tierra, silenciosas; y las gotas mojadas del rocío del alma, vivas en su muerte prematura esperando que se tumbe para siempre la oscuridad sobre la bella sombra de la luna. 

La silla me sigue meciendo. Yo estoy inmóvil en varios sitios que se han convertido en uno. Sigo con el libro en la mano sin ver en la penumbra de la literatura que siempre he amado y a la que he dedicado toda mi vida. Ahora ni vivo ni muero porque los encajes de la evasión perdida entre tantas hojas y trazos me devuelve constantemente a la vida. Y leo y leo sola, feliz y sonriente en la penumbra de este caserón de vida y muerte.

Fuente: https://laredaccion.com.mx/entre-penumbras/

 

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