Sueños


Cabalgar a lomos de un corcel por un río sin límites, donde los peces son de color arcoíris y sus aletas transparentes, más grandes que su cuerpo, cabeza y existencia. Un chorro de agua inmensa que atraviesa las miradas monocromáticas, dibujando en ellas retazos de recuerdos sin número. Onduladas ramas de espuma que vienen y van en blancos, grises, azules, rojos y verdes, colores que se transforman en aquellos que componen su familia o incluso en contrarios. Es un río lo que veo, es agua lo que corre en él, pero ambos construyen un espejo en el que se reflejan los cabellos del cielo y las trenzas de mi pelo al aire y al viento salvaje. 

Bosques increíbles repletos de animales y seres conocidos e inverosímiles. Describen extrañas visiones, extravagantes acontecimientos entre la luna y el sol, sobre las crines de las estrellas, que iluminan el horizonte y reflejan en sus pétalos la luz del fondo del río. Encienden los luceros que se esconden bajo el mar y apagan los miedos y las supersticiones. 

Mi caballo cada vez corre más. Estira las alas y comienza a volar. Recorre los bosques, la tierra y los océanos como si él fuera parte de ellos o ellos lo hubieran creado en un baño de coral. Es un Pegaso plateado, fuerte e inteligente. Vuela sobre las pestañas del río y la leve boca de los mares. Besa los labios montañosos que miran vigilantes y defienden la intimidad de los lagos y valles. 

Paisaje de luces y velas, paisaje viviente en los sueños, Pegaso que se transforma en agua y lágrimas doradas que convierten la oscuridad del túnel en un bostezo real. 

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