Primavera y Tiempo

Ya hemos pasado el bello puente entre los últimos días de marzo y el primero de abril. Llegamos a la primavera con ilusiones renovadas, abrazos, besos, corazones ardiendo al viento, al viento helado de los primeros días que abril ha dejado en nuestra ciudad de Burgos, donde despertarse y mirar por la ventana supone una ondulación de las cejas, una apertura excelsa de las pestañas y el engrandecer de los iris, estupefactos por la fina capa de nieve que nos deja un cielo ya preparado para reflejar el ardor del sol en las flores eternas que dibujan y colorean los atardeceres cálidos, y modifican el movimiento y la actividad de los innumerables insectos que se disponen a emprender la tarea de la polinización, una vez más, un año más. 

La primavera entra por las rejillas de las persianas con rayos de luz, fuertes haces rectos de impresiones absolutas, que proporcionan sonrisas, saltos, risas; y que nos  acercan al verano y a sus calores y a las aguas de los mares y a las sombrillas y a las eternas huellas que pisamos en arenas y tierras. Nos acercan de nuevo al recuerdo de antaño, de la vida pasada, de las flores que renacerán, de los lugares ya descubiertos, de los viajes ya realizados, pero también de los rostros que ya no veremos, de los que ya se han ido. Y no solo de aquellos que hace tiempo se marcharon de viaje, sino también de los que ahora nos han dejado, nublando parcialmente los inicios de abril y de la primavera, cegando los nuevos pétalos y cubriéndolos de una fina capa de copos de nieve; abriendo los ojos bajo un frío invernal que hiela las palmas de la mano, las venas y las lágrimas de nostalgia que han quedado suspendidas por encima de los pómulos: eternos y suaves copos del tiempo. 



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